Algunos de los análisis más lúcidos respecto de las elecciones del domingo pasado plantean que significó la derrota del llamado “octubrismo”.
El “octubrismo” es ese movimiento que glorifica el estallido del 18 de octubre de 2019 y que le asigna la paternidad del “despertar” que conducirá a una nueva nación (nuevita de paquete, sin nombre todavía, sin símbolos patrios, aún) que se definirá desde cero en la todopoderosa Convención Constitucional, que podrá hacer más o menos lo que se le dé la gana con la mayoría simple de sus miembros. El “octubrismo” reivindica con orgullo que lo suyo es una “revolución”.
Pero desde el domingo pasado son los “noviembristas” quienes se sienten ganadores. Sostienen que el veredicto de las urnas fue nítido: el país no quiere una revolución. Claro, cuando uno ve que la elección presidencial la ganó José Antonio Kast y que la elección de senadores terminó en un empate perfecto, les encuentra razón.
Los “noviembristas” son aquellos que defienden el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, firmado el 15 de noviembre por el 90% de las fuerzas políticas (salvo el Partido Comunista y una parte del Frente Amplio), que definió que se buscaría redactar una nueva Carta Magna partiendo desde una “hoja en blanco”, pero que debía ser aprobada por los dos tercios (?) de la entidad que hiciera ese trabajo.
Los “noviembristas” están aliviados, porque sienten que los sistemáticos intentos de los “octubristas” de desconocer los “dos tercios” del acuerdo del 15N tendrán que terminar, porque con un Congreso empatado será imposible conseguir los votos para torcer el espíritu de ese pacto solemne.
En todo caso, los “octubristas” y los “noviembristas” se parecen mucho: ambos quieren —o al menos no rechazan— hacer un cambio muy profundo en las normas fundamentales que regulan nuestra vida en común, solo que discrepan en la forma: unos creen que hay que hacerlo por-las-buenas-o-por-las-malas y los otros prefieren que sea por las buenas.
Bueno, qué creen… yo no me considero ni “octubrista” ni “noviembrista”. Menos después de las elecciones del domingo, donde vi que los electores dijeron algo elocuente, pero distinto a lo que piensan muchos analistas.
Mi opinión es que el domingo pasado los que sacaron la voz fueron los “marzistas”.
Los “marzistas” son aquellas personas de pensamiento práctico que prefieren mirar para adelante que para atrás. Sienten que octubre y noviembre ya fueron, que la pandemia cambió todo, que no es momento de revoluciones y que ya tuvimos suficiente con dos años de gobierno de facto de “octubristas” y “noviembristas”.
A los “marzistas” literalmente “se les apareció marzo”. Opinan que estos dos años fueron como un largo enero-febrero que llega a su fin y que trae la cruda realidad al primer plano:
-Hay que pagar las deudas y los impuestos
-Hay que levantarse temprano y salir a trabajar
-Hay que sacar la pega para ganarse la vida (porque está claro que la vida es sin gratuidad)
Por eso creo que me declararé “marzista”, porque a los chilenos, después de dos años con fiebre de noches de verano, se nos apareció marzo. Se rompió el hechizo. No era cierto que una revolución resolvería nuestros problemas.
La revolución ha muerto: viva el marzismo.