El rector de la Universidad Católica ha declarado en este diario su intención de adoptar numerosas medidas tendientes a promover la “diversidad y la inclusión” en la UC. Frente a este anuncio, cabe preguntarse en qué medida la UC se ha plegado a una ideología global que en Estados Unidos se conoce como “Diversidad, Equidad, Inclusión” o DEI.
Las palabras Diversidad e Inclusión suenan bien. No hay nadie razonable que no quiera una universidad inclusiva, en el sentido de no excluir a nadie arbitrariamente. Pero hay problemas: la doctrina DEI está fundada en una ideología antiliberal que amenaza la misión misma de la universidad y su calidad.
La ideología DEI parte de la constatación de que muchos grupos están subrepresentados en algunos sectores de la sociedad. En EE.UU., por ejemplo, las minorías negras y latinas están subrepresentadas entre los alumnos y profesores, en comparación con su porcentaje en la población, particularmente en las universidades top. Asimismo, las mujeres están subrepresentadas en las ciencias duras y los hombres en Enfermería.
A partir de esta constatación, se lanza una denuncia. DEI describe a la sociedad como una lucha entre opresores y víctimas, donde el hombre blanco oprimiría a la mujer y a las minorías raciales. Las instituciones de Occidente estarían viciadas por un racismo y sexismo endémico, y empapadas de “privilegio blanco”.
Esa denuncia ha llevado a implementar medidas drásticas y a crear una costosa burocracia (en Stanford hay 5,3 burócratas DEI por cada 100 profesores) para fiscalizar dichas medidas. Desafortunadamente, el costo de la burocracia es lo de menos.
Una de las medidas favoritas de la burocracia DEI es la implementación de preferencias raciales (cuotas) en la selección de alumnos y contratación de profesores. En la práctica, se trata a los postulantes como miembros de tribus, ignorando su individualidad y méritos personales cuando pertenecen a la raza o género “opresor”.
El carácter totalitario o iliberal de esta ideología se hace manifiesto. A menudo, estas burocracias obligan a los postulantes a hacer verdaderos juramentos de lealtad al credo DEI. Como denuncia Abigail Thompson, vicepresidenta de la Sociedad Americana de Matemáticas, en Berkeley los postulantes a un puesto académico que admitan no hacer diferencias raciales entre sus alumnos reciben el puntaje más bajo y son eliminados por secretaría sin siquiera ser evaluados.
Estas burocracias también interfieren en el financiamiento científico. En la Universidad de McGill, la burocracia DEI ha rechazado varias veces el financiamiento del laboratorio del profesor de origen indio Pat Kambhampati sin siquiera evaluar sus méritos, por haber admitido su intención de contratar a los alumnos mejor preparados, sin cuotas raciales.
Una consecuencia del “buenismo” DEI es reducir la calidad de la universidad, y otra —quizás más trágica— es que a menudo hiere a aquellos que intenta ayudar, como sugieren las investigaciones reunidas en el libro A Dubious Expediency (2021), editado por Heriot y Schwarzchild. Encuentran que al aceptar alumnos por consideraciones raciales, pero sin la preparación necesaria, estas políticas a menudo condenan a dichos alumnos al fracaso académico y profesional. Cuando ello ocurre, los administradores académicos atacan al mensajero y se lavan las manos.
Ojalá el rector Sánchez revise la experiencia internacional antes de embarcar a la UC en una aventura sin retorno.
Iván Marinovic Vial
Profesor Universidad de Stanford