Imposible, en estos días tan electorales, no tocar el tema de la relación entre política y deporte. Tema que, obviamente, no es citado por nuestros políticos en forma recurrente en sus programas de gobierno. De hecho, en la segunda vuelta que viviremos el 19 de diciembre tal vez recién se toque, pues hasta ahora no lo han hecho José Antonio Kast ni Gabriel Boric.
Los casos que suelen citarse de esa impropia relación en Chile no tienen mucho sustento. Que los presidentes inviten a los triunfadores de algún torneo internacional a subir a los balcones de La Moneda, para fotografiarse con ellos, se cita y “se denuncia” siempre en artículos periodísticos. Pero eso es bastante tonto, si me permite. ¿Qué se opinaría si a un equipo ganador de la Copa Davis no lo festejara la presidencia del país? Imagínese los comentarios.
Voy más allá: se dice que durante los 17 años se hizo aprovechamiento político del deporte. Lo que ocurrió, en realidad, fue que gente del fútbol con vínculos con el poder político aprovechó esa doble condición para lucirse o ganar poder personal. Lo hicieron, por ejemplo, Rolando Molina y Ambrosio Rodríguez. A ellos no los buscó el poder político-militar, lo buscaron esos dos dirigentes del fútbol.
Del mismo modo, la incorporación de uniformados a las directivas de clubes de fútbol, especialmente de provincias, obedecía a los deseos personales de ellos de lograr la figuración social que otorga el deporte. Por cierto, esto solo podía suceder en un modelo autoritario, pero no era una política elaborada desde la cúpula del poder, que no tenía ninguna política respecto al deporte. Ninguna, igual que los políticos.
Hace años sostengo que si la dictadura hubiese querido obtener un real prestigio internacional con el deporte, habría movido los hilos que llevaran a Martín Vargas al título mundial de boxeo y a Eliseo Salazar a campeón de la Fórmula Uno. Pero no sucedió así porque en la cúpula no había ningún interés en el deporte, ni tenía cultores, salvo los casos de interés personal de algunos uniformados, tal como ha ocurrido siempre en la población civil, sin planes concretos y eficientes a nivel nacional (se ha avanzado en organizaciones, pero falta mucho en la formación de una cultura).
En ese tema la excepción estuvo en Eduardo Gordon Cañas, subdirector de Carabineros y reconocido hincha de Colo Colo que en el gobierno armado llegó a la presidencia de la ACF (hoy ANFP). Incluso jugó en divisiones menores del Cacique. Su caso podría considerarse una simple casualidad o coincidencia de su doble condición de deportista y uniformado. En todo caso, su mandato en la ACF fue un desastre y salió del puesto después del escándalo de las falsificaciones de cédulas de identidad de nuestros seleccionados al Sudamericano de Paysandú (1979).
Con todo, hay casos de uso programado del deporte como herramienta política. La invitación china a un equipo de tenis de mesa de Estados Unidos en 1971 inició el deshielo entre ambos países, que avanzó hasta la visita del presidente Richard Nixon en 1972. Fue la “diplomacia del pimpón”, un acontecimiento netamente político. Del mismo modo, un caso claro de utilización del deporte como herramienta política fue el de la República Democrática Alemana (RDA), donde la trampa se hizo institución, con el doping masivo y otras prácticas. Hoy, también, en Rusia.
En Chile, solo particulares que se aprovechan de las tribunas del deporte.