La historia del médico y profesor colombiano Héctor Abad, magistralmente contada por Fernando Trueba en la película basada en una novela homónima del hijo del doctor, muestra el fatal destino de personas valiosas e idealistas en medio de un contexto de violencia desatada.
Hemos insistido en varias columnas respecto de la necesidad de que las empresas conecten más y mejor con el ecosistema en que cohabitan: la sociedad y los ciudadanos, sus anhelos y frustraciones. Desde ese lugar, me resulta imposible hoy, en momentos de decisiones relevantes, no dar cuenta del momento social y político que vivimos.
Hemos escuchado el argumento de que muchos cambios sociales no habrían ocurrido sin violencia. Probablemente es así, pues como dice Isaac Asimov, “la historia de la humanidad es un flujo oscuro y turbulento de insensatez, iluminado aquí y allá por destellos de genio”. Que hayamos sido insensatos en un momento no nos habilita para seguir siéndolo; por el contrario, debemos buscar la genialidad. La insensatez de lógicas de poder exacerbadas, de intentos de imponer verdades absolutas, de destrucción, de abusos, de violencia desatada y de represiones a veces desmedidas debe llamarnos a reflexionar, no a perseverar.
Cuando la violencia aparece en una sociedad como vía para resolver frustraciones, rabias e injusticias, es un signo de que la convivencia fracasó. Todos hemos fracasado en alguna parte.
Sabemos cómo resulta la historia cuando se ancla en la violencia, pero al parecer no sabemos torcerla. La violencia es pegajosa.
A veces se pregunta “¿qué puedes hacer tú en tu entorno cercano?”. No me convoca este llamado porque tiende a eludir la reflexión colectiva sobre las políticas públicas, como si el buenismo individual fuera a resolver los problemas sociales. Pero, en este momento, en algo podemos ayudar: evitar descalificar a los candidatos diciéndoles chantas, fachos, extremistas, anticuados o incompetentes. Al final del día, alguno será Presidente de Chile.
Atacar, ningunear, propagar noticias falsas y hacerse eco de campañas del terror, desde el lado que sea, es violentar. Y ante la viralización de la comunicación moderna, donde lo micro alimenta a lo macro, cada grano de arena cuenta. Si no lo hacemos en nuestras empresas, menos lo hagamos en el país; cuidemos el lenguaje, pues, como decía Maturana, crea realidades.
El doctor Abad enfrentó un destino ineludible: un pacifista defensor de los derechos humanos queda descontextualizado en una sociedad violentada, donde lo que vale es el poder de la fuerza.
“El olvido que seremos” es un poema apócrifo atribuido a Borges, encontrado en un papel en el bolsillo del médico asesinado. Su hijo no quiere olvidar la violencia. Nosotros tampoco.
Daniel Fernández K.