El gran problema de la elección presidencial de este domingo, más que la calidad de los candidatos, es la ausencia de una comprensión o interpretación del país que se aspira a dirigir. Los programas de gobierno pueden ser palabras vacías, hojas que se las lleva el viento, si antes no se ha hecho la tarea de intentar comprender de dónde venimos y hacia dónde vamos, cuáles son las fisuras y las grietas sobre las que estamos parados, cuáles los conflictos no suficientemente elaborados y todavía latentes (que pueden estallar en algún momento), cuál es el país que se quiere dibujar. Pero da la impresión de que los candidatos se han dedicado más a tuitear que a pensar en serio. No nos sobran políticos —como suele creerse—, nos faltan políticos que hayan hecho esa tarea comprensiva, de la que el programa de gobierno es solo una consecuencia. Si no hay una reflexión previa sustantiva, ese vacío será llenado por la palabrería, las consignas, los gestos teatrales o circenses, todo ese ruido que los malos políticos suelen producir para dar la sensación de que están trabajando.
Venimos de un estallido social que hizo evidente que los que nos gobernaban no tenían herramientas conceptuales para interpretar y entender lo que estaba pasando. Se había dejado de pensar el país y la sociedad, se creía que gobernar es solo administrar. Es en esas crisis cuando suelen aparecer los líderes populistas o mesiánicos, que proveen las respuestas y certezas que los pueblos necesitan y que los profesionales de la política ya no pueden ofrecer. Afortunadamente, en Chile, la “revuelta” resultó ser tan inorgánica que nos salvamos de caer en manos de un redentor, de un “conductor”; pero no hemos todavía terminado de interpretar nuestra crisis.
Estamos ante un “maëlstrom”, en el que corremos el riesgo de caer todos en su fondo abismal si es que no lo miramos de frente y lo estudiamos. Ernst Jünger usó la imagen del “maëlstrom” (un gran remolino en las costas de Noruega, muy temido por los marineros), sacada de un cuento de Edgar Allan Poe, para hacer visibles los abismos que hombres y sociedades debemos cruzar. En el cuento de Poe, son tres hermanos pescadores que, ante el horror del “maëlstrom”, lo enfrentan de distinta manera. Los hermanos que se aterraron ante él terminaron tragados por ese “hoyo negro”; el otro hermano, que fue capaz de observarlo y enfrentarlo con curiosidad y temple, sobrevivió al pánico y se salvó para contarlo. Jünger piensa que la élite de los espíritus más refinados —los llama “los corazones aventureros”— son los que pueden sortear y cruzar estos obstáculos. Está claro que contamos con muy pocos de esos espíritus refinados en nuestra clase política. Pocos han estudiado nuestro propio “mäelstrom” de verdad y en profundidad y, por tanto, es muy posible que, ante una próxima crisis grave (y frentes abiertos no faltan) nuestros líderes sucumban al miedo y sean sobrepasados por el peligro. Eso le ocurrió al Presidente Piñera en octubre de 2019, pero también es probable que le ocurra al próximo Presidente (sea de izquierda o derecha). La energía no ha sido puesta en comprender el país que somos, sino en hacerse del poder, sin entender que no servirá de nada entrar a La Moneda si este palacio flota como una nave a la deriva en medio de un maëlstrom inmanejable.
Los debates presidenciales han dejado en evidencia que no se ha hecho de verdad y en serio la tarea comprensiva. Ese vacío hermenéutico de nuestra política es el que nos produce vértigo a los ciudadanos: intuimos —sin ser expertos— la “insoportable levedad del ser” de los candidatos y la complejidad de los peligros que nos acechan. Su falta de preparación es pasmosa e irresponsable. Por eso estamos yendo a votar con el alma en un hilo. Por eso nuestras dudas y miedos. ¿Qué hacer? Estudiar, pensar, colocar la tarea reflexiva en el centro: es la urgencia para la política en los años que vienen; todo lo demás es sonido y furia.