Las “revoluciones” latinoamericanas están a la defensiva. En Cuba, el régimen comunista busca contrarrestar hoy con festividades, amenazas y represión una “marcha cívica por el cambio”. En Nicaragua, Daniel Ortega trata de mostrar su farsa electoral como un triunfo legítimo, y en Venezuela, Nicolás Maduro, que está en la mira de la Corte Penal Internacional, espera que los europeos visen las elecciones para dar un barniz democrático a la dictadura.
Una parodia de populismo que ya no engaña a nadie. O casi a nadie, ya que aquí en Chile una candidata a diputada quisiera que el país se “transformara en Cuba o Venezuela, porque estaríamos harto mejor”, mientras en su partido avalan la elección nicaragüense y un laureado poeta firma una carta abierta de políticos e “intelectuales” que consideran “subversivas” las marchas cubanas. No piensan así los cubanos, venezolanos o nicaragüenses que viven bajo un sistema opresor, ni los millones de ellos que huyeron a países “capitalistas” e incluso al “imperio”.
Hay que estar atentos a lo que pase hoy en Cuba. Los líderes de la plataforma Archipiélago que convocaron por redes sociales a la protesta saben que arriesgan mucho, que los regímenes totalitarios no perdonan la disidencia, y están preparados para que si alguno cae preso, otro tome su lugar. Archipiélago no busca botar el régimen, sino abrir el debate “para buscar una salida sin violencia y total soberanía a la crisis”. Esto último es clave, porque cualquier supuesta conspiración internacional en Cuba se paga caro. Los organizadores recibieron advertencias y amenazas, porque para el régimen la marcha pretende subvertir el sistema político, el orden interno e “instaurar el neoliberalismo”, un grave delito en la isla.
Que los líderes del 15N estén listos para ser reemplazados si desaparecen es una lección de manifestaciones anteriores. Varios protagonistas del Movimiento San Isidro y de las inéditas protestas de julio pasado siguen en la cárcel, y uno de ellos, Luis Manuel Otero Alcántara, está en su segunda huelga de hambre. Miguel Díaz Canel ha mostrado que puede ser un autócrata a la altura de Fidel. O quizás peor, porque no tiene el carisma del comandante.
Tampoco son muy carismáticos Maduro ni Ortega, pero ambos han consolidado regímenes que controlan las instituciones, manejan redes de corrupción y clientelismo, sostenidos por fuerzas de seguridad represivas que mantienen a la población como rehén del régimen. Si la revolución cubana llegó al poder por las armas, Maduro y Ortega se ganaron el puesto en elecciones inicialmente democráticas, que al poco andar perdieron ese carácter, hasta llegar al circo que vimos en Nicaragua: un triunfo de Ortega después de encarcelar a siete candidatos.
Lo de Venezuela sigue siendo un drama, con la oposición al vaivén de las mesas de diálogo, de cara a unas elecciones que poco tienen de libres o justas, y con la población, como en los otros paraísos revolucionarios, pasando hambre y sufriendo los efectos de la pandemia. Pero bueno, ¡todo es culpa del “bloqueo de los yanquis”!, como dicen los “intelectuales” en su carta abierta.