Uno de los efectos más dañinos del culto al autor fílmico es igualar maestría con complejidad. Hoy es común toparse con elogios a lo intrincado y laborioso de ciertas películas o al ambicioso diseño propuesto por su creador, pero rara vez se lo felicita por contar su historia de forma económica, sin estridencias ni irse por las ramas. Como si hacer las cosas “en difícil” fuese de por sí un plus en términos estéticos.
Quizás no se trate de un problema artístico, sino de márketing puro y duro, ya que, de cara a atraer posibles consumidores en busca de productos que se distingan del común, siempre será más interesante caracterizar —y promocionar— al realizador como alguien que no circula con la multitud, un personaje al que se mira con distancia mientras va internándose por sus propios laberintos.
Tan familiar ha llegado a resultarnos este modelo estilo torre de marfil que ahora desconcierta precisamente lo contrario: la imagen de un cineasta inmerso en la vida y en las cosas. No me refiero a los que creen solucionar el problema sacando la cámara a la calle para “sentir” a la gente de cerca, sino de alguien que efectivamente sea capaz de anular y subvertir, aunque sea por breves momentos, el espacio que separa al artista de su audiencia.
Alguien dispuesto a correr ese riesgo —porque lo es— es el iraní Jafar Panahi, en especial desde que en 2010 el gobierno lo arrestó por “hacer propaganda contra el régimen”, condenándole a seis años de prisión (posteriormente conmutados) y a una prohibición de filmar por veinte años, que el cineasta infringió de inmediato al comenzar a grabarse dentro de su casa y en los alrededores, componiendo una serie de películas que fueron sacadas en forma secreta del país y ampliamente exhibidas y premiadas durante la década pasada. Forzado por la situación, Panahi tuvo que deshacerse de actores, implementos y equipo de rodaje. Reducir la mochila creativa al mínimo y más allá; en muchas ocasiones, no era más que él y un par de iPhones pegados al interior de su auto, como ocurre en la fascinante “Taxi” (ganadora del Oso de Oro en la Berlinale, en 2015), donde recorre Teherán recogiendo toda clase de pasajeros, siguiendo de cerca el modelo propuesto por su maestro Abbas Kiarostami en la similar “Ten” (2002).
Tales condiciones de rodaje —si es que cabe usar esa palabra— vuelven a repetirse en “Hidden” (2020), un trabajo recién estrenado en la plataforma Mubi y realizado por encargo de la Ópera de París, solo que en esta ocasión a las restricciones técnicas (el vehículo y dos teléfonos) el director agrega el desafío de la duración: tiene menos de veinte minutos para contar el viaje que él, su hija Salmaz y la actriz Shabnam Yousefi emprenden a una pequeña aldea kurda en busca de una joven cuya familia impide que se dedique a su vocación, el canto. En ruta hacia el villorrio, Yousefi explica a los Panahi que su intención es integrar a la chica a un proyecto de artistas y feminismo, pero llegados a destino queda claro que no será así: aunque entran a la casa, no logran ver a la mujer, separada de ellos por una sábana blanca que su madre ha puesto cual velo impidiéndoles la visión. Sin embargo, Jafar y Salmaz filman con sus celulares esa superficie que recuerda tanto una pared como una pantalla vacía, sobre la que no se proyecta nada.
La oclusión, lo que está oculto a la mirada, es un tema frecuente en el cine iraní. Ya estaba presente en “La noche es negra” (1961), obra maestra filmada por la poetisa Forugh Farrokhzad al interior de un leprosario, y ha regresado en múltiples formas desde entonces: las niñas escondidas durante once años por sus padres, en “La manzana” (1998); el obrero que cava un pozo al interior de un cementerio, en “El viento nos llevará” (2000); el partido de clasificación mundialista entre Irán y Bahrein, que un grupo de mujeres disfrazadas de hombre quiere ver a toda costa en “Offside” (2006), cinta que precisamente le costó a Jafar Panahi todos sus problemas con los ayatolás.
En “Hidden”, camino del pueblito y escuchando atento el relato de su amiga, el cineasta hace otra conexión más. “Lo que me cuentas se parece mucho a mi película anterior, ‘3 rostros'”. Y es verdad, porque en dicha ficción de 2018 el cineasta y una actriz viajan a una lejana localidad siguiendo la pista de una adolescente supuestamente suicidada porque sus padres le han impedido estudiar teatro. La muchacha no está realmente muerta, pero de alguna forma sí ha desaparecido: lo que aparenta ser un berrinche en realidad es trasunto de algo mayor, toda vez que el espectador entiende que la imposibilidad de ejercer tu vocación te borra, te margina de este mundo. No lo sabrá Panahi, quien tras una década de avatares se obliga a sí mismo a contar la misma historia otra vez, solo que condensando y simplificando la anécdota a un solo gesto. Padre e hija en presencia de una mujer silenciada y oculta a la vista, hasta que, de pronto, esta persona comienza a cantar, a cantar con una voz que no parece de este mundo.
Hidden
Escrito y dirigido por Jafar Panahi.
Irán, 2020, 18 minutos.
Disponible en Mubi.com
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