No es que me guste llevar la contra, pero no estoy tan de acuerdo con quienes dicen que el diputado Jaime Naranjo “dio jugo” el lunes cuando habló 15 horas casi sin parar de modo de “hacer tiempo” para permitir que llegaran a votar dos diputados que estaban retenidos por culpa del covid-19. Todo, para intentar destituir de su cargo al Presidente de la República.
Es cierto que Naranjo protagonizó momentos de comedia decadente, como cuando instó a sus colegas a salir de la sala para que tuviese que suspenderse la sesión por falta de quorum. Me explicaron después que necesitaba imperiosamente ir al baño y por eso su urgencia. Después el presidente de la Cámara se compadeció y le permitió en dos ocasiones tomarse un descanso para comer y atender sus necesidades más básicas.
También fue vergonzoso que leyera completos fallos judiciales de causas que ni siquiera le aportaban a su tesis o que repitiera varios párrafos ya leídos varias veces. Ustedes se deben haber dado cuenta de eso, porque estoy seguro de que igual que yo soportaron varias horas de lectura de Naranjo.
Para qué hablar del momento en que un diputado que alguna vez ejerció como médico se puso delantal blanco —tenida que es “grito y plata en este país”, según la consejera electoral Michelle Bachelet— y auscultó y palpó a Naranjo para comprobar si su organismo había sufrido daños con tanta lectura en voz alta. Pudieron haberle hecho un escáner cerebral también para ver si se le había producido algún daño neurológico con tanto ejercicio intelectual.
Después vino su abrazo con Giorgio Jackson en la madrugada, que buscó emular el “Abrazo de Maipú” de O'Higgins y San Martín, cuando un convaleciente general chileno fue a saludar al general argentino que había combatido con ferocidad al enemigo común. Demasiado Icarito.
Ok, acepto que todo lo descrito es bastante indecoroso. Pero no alcanza el nivel de “dar jugo”.
Donde Naranjo sí “dio jugo” fue cuando le hizo el gran desaire a Yasna Provoste.
Ella compareció al día siguiente de las 15-horas-seguidas para “condecorar” simbólicamente a Naranjo por su logro. La candidata convocó a toda la prensa, que se abalanzó presurosa a registrar el acontecimiento en que Naranjo fue investido como “Vocero Oficial de la Campaña Presidencial de Yasna Provoste”. Si en verdad fuésemos los británicos de Latinoamérica la nueva denominación de Naranjo habría sido “Primer Caballero de la Orden de Lady Yasna”. Y se le habría comenzado a decir “Sir James”.
Pero en vez de estar a la altura de semejante honor y aceptar con nobleza la distinción que le otorgó Provoste con tanta pompa, ¿qué hizo Naranjo? Bueno, “dio jugo”: llamó por su lado a la prensa para comunicar que lo de convertirse en vocero había sido “una broma” de la candidata y que de seguro habría otros que harían esa pega mejor que él.
Pobre Yasna. Naranjo la dejó, literalmente. “pagando”. Qué rotería. Está claro que no se merecía el título de “Caballero”.