Controversia causó la solicitud de la alcaldesa de Santiago de redefinir el trazado de la futura línea 7 del metro por los efectos que tendría en el Parque Forestal, zona patrimonial de la ciudad. La empresa aseguró que los impactos serán mínimos y que cuenta con los permisos ambientales requeridos. Pero es necesario recordar que, en la historia del tren subterráneo, similares aprensiones han sido expresadas por numerosos ediles en todas las épocas y comunas.
Nadie desconoce los inmensos beneficios que el metro significa para la ciudadanía. Desde luego, un transporte público eficiente y de calidad es probablemente el mayor agente democratizador posible para una megápolis como Santiago; equipara las oportunidades de bienestar y desarrollo económico en las áreas más distintas de la capital. Pero lo que aquí se discute es algo completamente diferente, que va mucho más allá de su rol como gestor de transporte público. El dilema es ampliamente reconocido y abordado en otras ciudades del mundo, y tiene que ver con el efecto y las consecuencias que las obras de este sistema tienen en la calidad del espacio público en la superficie. Y en este aspecto, Metro tiene una deuda enorme y nunca saldada con la ciudad. Los ejemplos abundan, desde la época en que las líneas se ejecutaron a tajo abierto por razones financieras, mutilando barrios como la histórica Población Huemul y parques como el Llano Subercaseaux; luego, con la construcción de viaductos y trincheras con evidente impacto urbano, hasta el presente en que si bien la norma es el sigiloso trazado de túneles de gran eficiencia y calidad, casi sin alterar la rutina en la superficie, las heridas físicas permanentes son inaceptables. Donde antes hubo jardines y árboles, Plaza Egaña es un espantoso páramo de hormigón; lo mismo (o peor) con la plaza Chacabuco en Independencia; igual cosa con la plaza Venezuela en la Estación Mapocho; todas pérdidas incomprensibles en términos de espacio público. En esquinas de gran significación urbana, como Irarrázaval con Pedro de Valdivia, Providencia con Suecia o Independencia con Zañartu, donde antes hubo una bella plazoleta, hoy se ven vacíos que perjudican aquellas zonas densas.
Para ser justos, no es Metro responsable de aquello que la institucionalidad política le ha impedido abordar, por ignorancia o ideología. En efecto, por décadas, el mundo legislativo, la burocracia y la tecnocracia estatal le han prohibido hacerse cargo de las consecuencias de sus obras sobre el diseño urbano e involucrarse, en la medida de lo necesario, en las oportunidades que surgen como el efecto multiplicador que toda inversión en infraestructura pública debe siempre tener en el buen desarrollo de la ciudad y en su belleza.