Cristián Romero, el técnico de la Universidad de Chile, se sumó a las críticas al final del clásico alegando que no les cobraron un penal, que el gol de Fernando Zampedri era inválido porque se apoyó y que el cansancio de su equipo era producto de la injusta programación. Y avaló su reclamo con un argumento incontrarrestable: “Javier Castrilli nos dijo que debieron cobrarnos el penal”.
Más allá de las valoraciones y asumiendo que ahora los árbitros tienen apoyo tecnológico para calibrar las jugadas más polémicas, Castrilli cometió un doble error. El primero fue designar a Roberto Tobar en el VAR, después de la andanada mediática que desató la Universidad Católica en su contra. Desacreditado por su propio jefe, enmendado por el Tribunal de Disciplina y lapidado por Juan Tagle, su presencia en San Carlos para discernir o corregir al árbitro era claramente desaconsejable. Tanto que decidió restarse en una acción que claramente ameritaba una segunda mirada del juez del encuentro.
El segundo error de Castrilli fue dictar sentencia inmediata ante los perjudicados, alimentando la hoguera. Las opiniones del argentino han servido para ajizar un final de torneo ya bastante encendido. Han influido sobre un Tribunal que está en la mira por las acusaciones de su expresidente Angel Botto; han condicionado las designaciones referiles y han generado un clima incómodo para los jueces, sometidos a permanente e injusto juicio por parte de los que se han convertido en especialistas en el arte de sembrar sospechas. Incluido, por cierto, Gustavo Quinteros, quien ahora dice que el torneo está “desvirtuado”, aseveración que sospecho no sostendrá si Colo Colo finalmente sale campeón.
La situación se agrava si la delicada situación deportiva que vive la U se agudiza. Más allá de la justicia del resultado, el argumento del robo se hace más sólido si el profesor de los árbitros califica de “penalazo” la jugada que quedó sin sanción. Es consolidar la creencia de que la UC se ha visto favorecida en el tramo final (la tesis colocolina) y que a los azules les ha faltado “presión directiva” para mover la aguja a su favor, lo que sigue hablando pésimo de nuestro sistema, que parece permeable e influenciable.
Sería injusto pedirle a la regencia de Azul Azul involucrarse en el juego perverso de las otras instituciones poderosas, sobre todo porque es más urgente que se hagan partícipes de factores más trascendentes que tienen al club al garete. Obviamente no están ahí por una persecución, ni hay muchas razones para sentirse perjudicados, aunque se sientan compelidos a reclamar efusivamente cuando los relatos del partido no les parecen adecuados.
Castrilli llegó para ser protagonista, pero suponíamos que era para minimizar los errores, para establecer procedimientos, para mejorar las designaciones, para atemperar los juicios. Su actuar favorece a los incendiarios, a los dirigentes/hinchas y a quienes siempre buscan pretextos para el descalabro institucional. Y eso mismo lo torna grave.