Cuesta encontrar un clásico universitario con presentes tan desiguales como el que protagonizarán Universidad Católica y Universidad de Chile. La UC viene con 27 puntos sobre 30 posibles y es el líder momentáneo, a la espera del cotejo entre Colo Colo y Wanderers. La U registra un empate y ocho derrotas, dos entrenadores interinos y un fondo de juego que entró en un pozo desde la derrota con el Cacique.
En este ciclo no merecieron la derrota con Audax Italiano, Palestino y Ñublense. Algo ocurre que al final se impone la desazón. Se dijo hasta el hartazgo, pero la destrucción que Cristian Aubert y los nuevos controladores de Azul Azul, con un presidente ignoto, llamado Michael Clark, ejecutaron sobre el segundo club más popular del país, es indignante.
Cuentan quienes conocen el funcionamiento de la concesionaria, que en un principio Aubert se acercó a Daniel y Eduardo Schapira, inversionistas con derecho a dos asientos en la mesa, y también a los representantes de la universidad. Cuando dispuso del control total con los nuevos propietarios, sus antiguos colegas del directorio empezaron a enterarse por la prensa de lo que sucede en la institución.
Los clubes de fútbol poseen alma, un espíritu que genera comunión, que es el vínculo entre jugadores, cuerpo técnico, dirigentes e hinchas. Por eso, lo ocurrido en la U es la desarticulación de un cuerpo cuya expresión visible son los futbolistas que entran al campo de juego. En este panorama, representado por la seguidilla de malos resultados, el mayor daño que se le hizo a Universidad de Chile es que perdió su condición de equipo grande.
Se niega, pero es un código no escrito que los defensores de estos cuadros disponen de una vida extra en las tarjetas amarillas. Los jueces saben que en esos encuentros su evaluación es con lupa por las secuelas de sus decisiones.
Cuando no se cobró un penal claro a favor de Colo Colo ante Palestino en el Monumental, la dirigencia popular hizo sentir su malestar. Después del triunfo sobre Wanderers, en el que la UC quedó con nueve jugadores, el presidente de los cruzados, Juan Tagle, no demoró ni 10 minutos en hablar a los medios. Una dinámica que repiten otros, como Huachipato, Wanderers, Iquique, San Felipe o La Serena, al sentirse afectados por yerros referiles.
En la U no pasa nada. Los jugadores se sienten solos y nadie repara en situaciones límites en las que fueron perjudicados. A Universidad de Chile lo tratan como equipo chico. Salvo el cuestionamiento de Esteban Valencia y sus jugadores, no hubo quejas por la tarjeta roja a Camilo Moya frente a Everton.
El mínimo criterio futbolero y físico mostraba que era imposible que el volante no siguiera con su movimiento natural cuando impactó la pelota. Con Palestino les anularon un gol que la tecnología del VAR oscureció más que aclaró. Ante Audax no les validaron un gol legítimo en los descuentos, a pesar de que el VAR llamó al árbitro para que corrigiera su error. En la primera rueda, con Ñublense, les sancionaron un penal por mano de Osvaldo González, cuando Roberto Gutiérrez movió al zaguero.
Por eso, esperar que los nuevos dueños de Azul Azul respaldaran a Pablo Aránguiz y Thomas Rodríguez, luego de la agresión de los delincuentes que entraron a la cancha en Rancagua, es pedir peras al olmo.