El primer destello de amnistía surgió hace más de dos milenios y medio, como sabia medida de pacificación, incluso con la sangre fresca recién vertida con violencia gustosa. En la Odisea, un final extremadamente cruel, que a los personajes les parece lo más natural del mundo, es sucedido en las últimas páginas por un olvido consciente y lo que llamaríamos una paz civil. Siglos después, el gran Esquilo hace terminar Las Euménides con una paz que deviene en amnistiar un asesinato familiar (a la madre, nada menos) por intercesión de la diosa Atenea, y el hijo asesino es olvidado por las diosas encargadas de la venganza; el hijo, Orestes, a su vez había obedecido otras órdenes divinas, en cadena que hasta ese momento era interminable e inescapable. Y Hannah Arendt nos llama la atención de que “Jesús de Nazaret fue el descubridor del papel del perdón en los asuntos humanos”.
En el orden político, es posible un manejo civilizado de la paz. En cambio, es mucho más complicado en lo civil y criminal. Lo que hace inextinguible el combate a la delincuencia es que esta surge, sucumbe y renace en eterno retorno; a lo más, en sociedades estables, bien organizadas y con Estado de derecho, se la puede acotar.
Con todo, en la vida política primero debe haber paz, o una disposición a sostenerla, y ello ha sido posible en ciertos momentos. En nuestra realidad, con un orden devorado por termitas, ella no ha retornado plenamente ni mucho menos. Además, toda amnistía sería terriblemente injusta si no involucrara a quienes podrían haber cometido violencia innecesaria producto de que, por obligación y seguridad de la República, tenían que controlarla. En cambio, para la mayoría parlamentaria y organizaciones de derechos humanos nacionales e internacionales, ad hoc, los carabineros son declarados los culpables de la violencia —qué cosa más orwelliana—, lo que además se extiende a altas autoridades de gobierno, todo cargado de amenazas para el futuro. Pienso que cualquier indulto debe alcanzar a los presos de Punta Peuco que fueron subordinados, donde, como en toda situación, hay que examinar caso a caso (quienes fueron jefes directos en la Dina o la Caravana tenían decisión autónoma).
Existe un vocerío que quiere hacer caer la responsabilidad en quienes a su vez han sufrido decenas de sus miembros quemados, centenares de lesionados. Ello no sería “violación de los derechos humanos”. En una democracia de ciudadanos con igualdad de derechos y deberes nadie está libre de la responsabilidad de guardar y, en lo posible, hacer guardar esas garantías. En cambio, de las lindezas de los detenidos está la quema organizada —aquí sí que hubo organización criminal planificada largamente— de las estaciones de metro, y de los saqueos y arrasamiento de monumentos, museos, lugares públicos y destrucción y quema de propiedad privada, grande, pequeña y modesta.
Asimismo, otra cosa es que Carabineros debe hacer cometido errores (los balines), como, en la alteración, algún exceso, y por circunstancias conocidas habrá estado desmoralizado. Asimismo, la justicia que tarda no es justicia, señala un antiguo dicho jurídico, y algunas causas han demorado bastante (hay situaciones difíciles de comprobar). Sobre todo, cuando “estalla la paz”, existe experiencia acerca de que de la misma situación que de nuevo se instala surge un espíritu o costumbre que la va fortificando, como el Chile posplebiscito de 1988 (entonces, el mismo proceso electoral anterior hizo su contribución), y permite afrontar los nuevos desafíos y contradicciones de la existencia histórica. Todavía no hemos arribado a este último momento.