El Evangelio de hoy es preciso al indicar cuál es el primer mandamiento: amarás al Señor, tu Dios, y amarás a tu prójimo como a ti mismo. De esto se desprende que el primado del amor ha de tocar todas las fibras de la existencia siendo el hilo conductor de la vida cristiana. El amor da incluso el significado definitivo a la vida porque —el verdadero amor— lleva en sí la dimensión de la eternidad (cf. 1 Cor 13, 8) al punto de que, en la muerte, cuanto hemos amado es presentado como nuestro testimonio ante Dios.
Aunque son dos los mandamientos del amor, como afirma expresamente el Maestro, el amor es uno solo, que abraza a Dios y al prójimo. Así, estos ‘dos amores' están tan estrechamente unidos entre sí que el uno no puede existir sin el otro. Lo dice San Juan: “El que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20).
Este único amor tiene un horizonte más amplio porque de Dios aprendemos a mirar al otro no solo con nuestros ojos, sino con la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie, porque va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del hermano: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita, de una palabra de ternura. Pero se da también el recorrido inverso: cuando nos abrimos al otro tal como es, saliéndole al encuentro, nos abrimos también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y que es bueno. Jesús reveló que, en el fondo, el amor a Dios y al prójimo son un único mandamiento, y lo hizo no solo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal.
En este dinamismo del amor se construye la vida cristiana y se testimonia el Evangelio. De ahí que el desamor es tan perturbador porque violenta la esencia del mensaje de Jesús y la esencia misma del hombre, que está hecho para amar.
Esto tiene particular vigencia en estos días, en los que las pasiones políticas están desatadas, la polarización crece y la agresividad ambiental encuentra varios canales de expresión como son los blogs, los tuits, los wasaps y otros tantos espacios donde se evidencia más una irritación violenta que un camino de amor y amistad.
En este sentido, comprendiendo que el amor es esencial y entendiendo que para los cristianos este es el primer mandamiento, emerge la interrogante acerca de cómo vivirlo concretamente en este tiempo en que el país está inserto en un proceso electoral. Una clave para ello puede ser hacer el ejercicio de reconocer lo bueno que hay en quien piensa distinto, en quien camina por otro derrotero o simplemente participa de otra ideología. El desentrañar lo positivo que hay en el hermano es una obra de caridad que no busca desconocer la diferencia ni obviar el error del prójimo, sino que aspira a develar que en cualquier otro también está la vocación de amar y de ser amado.
Otro camino que nos puede ayudar a vivir el amor en tiempos de elecciones es el ejercitarnos en el encuentro. Aunque las pasiones se toman la agenda, debemos buscar espacios, caminos, instancias donde podamos vivir la fraternidad. Evidentemente esto implica un ejercicio no menor de superar las asperezas o, al menos, darles su lugar evitando que ellas absorban la vida impidiéndonos compartir.
También ayuda a vivir el amor tener presente la propia fragilidad. Cuando nos reconocemos débiles, podemos mirar al otro con ternura y compasión porque sabemos que su fragilidad es también, de alguna manera, la realidad de cada uno.
En vísperas del día de Todos los Santos, en el que tantos cristianos peregrinan a los cementerios a ver a sus deudos, recordemos que es la caridad el testimonio más sublime que podremos presentar ante Dios en el juicio final.
Feliz domingo.
“‘...amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser'. El segundo es este: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. No hay mandamiento mayor que estos”.
(Mc. 12, 30)