Al contrario de lo que usualmente sucede con los filmes de ciencia ficción y anticipación, ver la nueva adaptación de “Dune” no equivale a imaginar ni fantasear con nuevos mundos o aventuras al filo de lo real. Al respecto, el filme opera de forma contraintuitiva. En vez de asomarse a un futuro prometido o temido, ofrece a su audiencia la posibilidad de girar en 180 grados y marchar hacia atrás: regresar a situaciones y espacios que nos parecen familiares, porque efectivamente ya han sido objeto de reiterado homenaje, préstamo o descarado pirateo de esto que, hoy por hoy, es considerado un relato madre del género.
Si algo hacía bien el documental “Jodorowsky' Dune” (2013), en torno a las infructuosas y disparatadas tentativas del artista chileno por llevar a la pantalla el novelón de Frank Herbert a mediados de los 70, era dejar en claro cuánto aprovechó Hollywood el material original replicándolo más tarde en multitud mundos paradisíacos o infernales, duelos con sables, tiranos interestelares, rebeldes antiimperio, héroes elegidos que ascienden solo para estrellarse y conceptos que funcionan como convenientes llaves maestras del universo —“la fuerza”, “las gemas del infinito” o como se llame—; en fin, tras décadas de exposición a estos lugares comunes vía un torrente de productos y subproductos, buenos, malos o irrelevantes, lo que el filme de Villeneuve aspira a ofrecer es menos un inerte museo de esta chatarra regurgitada que un relato de estructura muy simple, simplísima, pero montada sobre un escenario inmenso. Un planeta desértico (Arrakis), codiciado por su materia prima, esencial para el viaje y el comercio, y sobre este la figura del elegido (Paul Atreides), el sujeto llamado a convertirse en virtual mesías, alguien que emprende su viaje del héroe para vengar el honor de un padre fantasmal sin dejar de ser una virtual hormiga en medio de un paraje minimalista azotado por el sol, dos lunas mellizas y gigantescos gusanos subterráneos que cruzan los océanos de arena cual ballenas blancas.
La película resuelve con sorprendente habilidad y economía visual este titánico contraste entre hombre y cosmos, pero —tal como ocurre con el libro de Herbert— nunca lo sacraliza. La realidad que habitan los protagonistas de esta historia se revela como un persistente espejismo donde el sentido de lo grande y lo pequeño, lo temporal y lo eterno, nunca se fijan por completo. Ahí radica, de hecho, el costado más ambiguo (e inquietante) de la cinta: llamados por el emperador a convertirse en los nuevos patrones-explotadores de Arrakis, los miembros de la Casa Atreides aterrizan en el nuevo planeta desplegando una estructura productiva y bélica poco menos que fascista. ¿Qué clase de “buenos” son estos? ¿De verdad el filme nos pide que nos identifiquemos con ellos? ¿De qué modo podrían ser mejores que los brutales mercaderes que los antecedieron? ¿Por qué un opresor debería ser distinto de otro? ¿Porque son más honorables? Es la clase de preguntas que no se soluciona con un simple “yo soy tu padre” ni un duelo final que erradique para siempre, o por un rato, el mal que ronda. Así las cosas, este viaje del héroe y moral empresa de reconquista bien podría acabar como una yihad incontrolable, el héroe convertido en tirano y la aventura libertaria en feroz teocracia… pero mejor no adelantarse.
En un escenario ideal, harán falta varios filmes para que Villeneuve consiga dar respuesta a tanta interrogante —especialmente considerando que su película solo adapta unos dos tercios del primer libro de la saga (de un total de seis, uf)—, pero, con su segunda parte recién confirmada por Warner Bros., “Dune” ya se alza como la más singular de las superproducciones de su generación. No es que tenga mucha competencia: rodeada como está de franquicias que se renuevan devorándose a sí mismas (“The Batman”), propiedades que astutamente optan por achicarse para rasguñar algo de grandeza (“The Mandalorian”), conatos geriátricos que ni siquiera tienen claro su público (la futura “Indiana Jones 5”) o el equivalente literal de jugar a los autitos (“Fast and Furious”), sus vistas, sus naves, la pulcritud de sus efectos especiales, el controversial diseño sonoro de Hans Zimmer y la engañosa fragilidad de Timothée Chalamet en el rol protagónico, la separan sin mayor esfuerzo del estándar, y la convierten en algo parecido a lo que solíamos entender hasta no hace tan poco como una “película” con todas sus letras, un artefacto que puede verse y disfrutarse sin culpa en pantalla grande. Quien quiera ahorrarse la experiencia —sea por las dudas pendientes, por las sombras que evoca, por los excesos que contiene—, bueno, puede pasarse a la sala del lado y ver el nuevo producto de Marvel y Asociados.
Dune
Dirección de Denis Villeneuve.
Con Timothée Chalamet y Rebecca Ferguson.
Estados Unidos, 2021, 156 minutos.
CIENCIA FICCIÓN