El fútbol es el fútbol. Que sea Javier Parraguez el que le da el triunfo en el clásico a Colo Colo es todo un simbolismo. Porque fue el jugador más resistido de los albos en las últimas campañas, porque jamás se rindió (como sí lo hicieron otros) y porque realzó la convicción de Gustavo Quinteros en sostenerlo. Que los dos artífices del valioso triunfo albo en el clásico hayan sido dos jugadores venidos desde el banco subraya la importancia del recién renovado técnico.
El reproche de los hinchas cruzados apuntó esta vez a la visión de Paulucci. El calvo adiestrador venía con el récord de victorias consecutivas y en el Monumental tenía la misión de cambiar el rumbo del torneo, tarea que —por lo demás— le fue encomendada al momento de ser ratificado tras la partida de Poyet. Que la UC entregara la iniciativa en el segundo lapso y facilitara la reacción alba no es responsabilidad total del adiestrador, porque varias de las piezas de su escuadra bajaron ostensiblemente y, sobre todo, porque la apuesta no dio resultado, pese a su afán ofensivo.
Colo Colo puede comenzar a soñar con un título impensado hace pocos meses. La ventaja en la tabla pero, sobre todo, el golpe anímico que puede significar para los cruzados esta derrota permitiría administrar con rigor la ventaja. La resurrección institucional obliga a plantearse con responsabilidad ante el futuro, sobre todo porque no se puede olvidar que la estructura directiva es frágil, fruto de una negociación que requerirá de consensos a la hora de invertir hacia el futuro.
Para los cruzados vendrá la obligación de pelear hasta el final, pero, al mismo tiempo, pensar en la renovación de un plantel que es muy necesaria, pero que requiere de una mano técnica que debe ser definida con criterio.
Un apunte final en este cierre apresurado de domingo para la U. Insistir en los pecados directivos sería inconducente. En la cúpula azul nadie oye, nadie siente, nadie actúa.