Colo Colo y Universidad Católica animan mañana un clásico cuyas consecuencias serán relevantes si existe un vencedor. El que se imponga en Pedrero afrontará la tierra derecha del campeonato con el envión de superar al rival por la corona y la sensación de que, salvo una desgracia inesperada, el título estará a la vuelta de la esquina.
La UC es el tricampeón y en ese ciclo no tuvo reales opositores a la corona. El escenario varió en esta campaña. Los albos supieron recuperarse de su casi descenso 2020 y recobraron el espíritu de equipo grande. La goleada ante Deportes La Serena, pero sobre todo el nivel exhibido en La Portada, mostró un cuadro agresivo en la recuperación y macizo para contragolpear. La velocidad de Marcos Bolados y Pablo Solari es un arma que Gustavo Quinteros supo macerar.
La UC de Cristian Paulucci sacó la fusta y aceleró en los metros decisivos. Los 21 de 21 puntos que luce ahorran cualquier comentario. En el fútbol actual esos números constituyen una rareza y por eso, después de la accidentada, pero justa victoria frente a Wanderers, no calza esa monserga del “contra todo y contra todos” que esgrimieron en la precordillera. ¿Un club grande contra todo y contra todos? No es serio. El fondo futbolístico que exhiben los franjeados son el argumento que sostiene sus opciones, en especial en la mitad de la cancha, donde el triángulo que conforman Marcelino Núñez, Ignacio Saavedra y Felipe Gutiérrez se emparenta con la tradición de un cuadro que maneja la pelota por convicción.
Si algo extravió la Católica en los meses de Gustavo Poyet fue el control del juego, esa tendencia a manejar la pelota, a acelerar cuando corresponde y a defenderse con ella, sin entregar la iniciativa ni retroceder hasta sus últimos metros. El 3-2 sobre Wanderers, jugando media hora con nueve jugadores, provocó un clima especial en San Carlos. Tonifica el espíritu, más allá de las polémicas por las expulsiones. Roberto Tobar reconoció con hidalguía que se equivocó en la segunda amarilla de Fernando Zampedri, evitando de esta manera que el Tribunal de Disciplina tuviera que desautorizarlo.
En el episodio hay algunos aspectos que merecen una revisión. Javier Castrilli, el nuevo presidente de la Comisión de Arbitraje, calificó a Tobar como el mejor de América y uno de los mejores del mundo, en un panegírico pocas veces visto. En los hechos, transformó a Tobar en un dios o infalible. Una presión exagerada, que lo dejó expuesto y condicionado. Todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros, reza un viejo aforismo que en esta ocasión calza.
En el pleito entre cruzados y caturros la cabina del VAR la lideraba Benjamín Saravia, un juez con una carrera incipiente en Primera División. ¿Podía este joven enmendarle la plana a Tobar? Difícil. En la doble amonestación de Zampedri fue determinante el efusivo movimiento de la bandera del asistente Alejandro Molina. En los instructivos referiles, se plantea que los intercomunicadores son el vehículo para relacionarse. La banderola solo es para casos extremos y está casi en desuso.
Los clubes se quejan de que la comisión arbitral está blindada y no existen canales para expresar las inquietudes. Datos no menores cuando en la ANFP se acerca un año electoral.