Era jugador de la Cuarta Especial, una división del fútbol chileno que no era para jóvenes ni para veteranos ni para suplentes, y con la cual sugirió terminar Fernando Riera. Y se terminó. Ni pensar en jugar en el primer equipo, pues el titular de Unión Española en el arco era entonces el legendario Hernán Fernández. Así es que el promisorio Raúl Coloma podría esperar por siempre llegar a la División de Honor (sí, de Honor). Y estaba en eso, esperando, a fines de 1949.
No era ese su único obstáculo, pues también estaba el económico. El joven y espigado Coloma trabajaba y en su empleo no le pagaban los días que le dedicaba al fútbol, de modo que, en la práctica, debía pagar por entrenar y jugar. Y es por esos mismos días cuando empieza a reorientarse su futuro: se fusionan Unión Ferroviarios y el tradicional Bádminton, dando nacimiento a Ferrobádminton, club que lo llama a integrarse a sus filas.
Ahí tenía empleo, en Ferrocarriles, y fútbol.
Y ahí, desde el comienzo del torneo de 1950, Raúl Coloma empieza a destacarse como un muy buen portero y aunque en su estreno recibe tres goles, gusta porque “es ágil, se ubica bien y sabe salir”. Saber salir era muy apreciado, pues en los comienzos del profesionalismo nuestros goleros no salían del marco de los tres palos. Hizo larga campaña en un equipo de rendimientos bajos durante muchos campeonatos hasta caer en la segunda división en 1964.
Él sabía que debía luchar mucho para conseguir sus objetivos en el fútbol y en la vida. Su padre quería que fuese delantero y debió ceder ante la evidencia. Pero no cedió después de que el joven tuviera una discusión con su madrastra y lo echó de la casa. Tenía 18 años. Entrevistado en 1957, a propósito de las malas campañas de Ferrobádminton, le comentó al periodista: “Para sufrir hemos nacido”. Lo sabía bien.
Pero para entonces la carrera de Coloma seguía en ascenso hasta llegar a la selección de Riera, aunque tuvo un paso anterior por la Roja cuando otro ilustre de la banca, Luis Tirado, lo citó con el plantel del Sudamericano de 1955, aquel de triste recuerdo cuando jugábamos contra Argentina el partido que definía el título de campeón sudamericano. Entonces fue Misael Escuti el arquero. Cuatro años más tarde fue el golero en el primer triunfo histórico de Chile frente a Argentina, el 18 de noviembre de 1959, que fue el marco de la despedida de Sergio Livingstone.
Raúl Coloma fue admirador del “Sapo”. Contó: “En el Sudamericano de 1941 lo iba a ver y luego repetía lo que le veía hacer”.
Vi muchas veces a Raúl Coloma. No jugar, sino en la vida corriente. Como conductor de autos dedicados al traslado de personal de empresas periodísticas. De Canal 13 y del diario La Tercera. Nunca fui su pasajero, pero sí nos encontramos en estadios, lugares de conferencias y en la calle. Hablamos mucho. Ubicaba muy bien a cada periodista y era admirador de Antonino Vera.
Hace algunos años murió Elba, compañera de toda una vida, y la soledad se hizo muy intensa durante la pandemia. Dolorosa, como queda bien descrito por Eduardo Bruna, el mejor entrevistador del periodismo chileno de deportes, en la revista digital El Ágora. Nunca le oí un reproche, aunque algún gesto mínimo me pareció sugerir que algo no le gustó. Me quedó claro cuando en esta entrevista se refirió a Livingstone.
Me llamó regularmente por teléfono Raúl Coloma y hablamos largo de tantas cosas. Humilde, cariñoso, leal… y tal vez por eso no llegó aún más arriba. No quería que lo llamara Don y él insistía en llamarme así. Esta vez no hago caso de su insistencia y digo: “Adiós, Don Raúl”.