Es doloroso, pero no sorprende la visión humana que tienen estos apóstoles días antes de la redención. Jesús reacciona y no desaprovecha la ocasión para levantarles la mirada y decirles: “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos” (Marcos 10, 43-44).
Antes de Cristo, servir era sinónimo de debilidad, ignorancia, maldición. En cambio, con nuestro Señor, ocuparse de los demás es la misión del hombre sobre la tierra: “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir” (Marcos 10, 45); es la aspiración de las “almas grandes” en la Iglesia.
La característica que identifica el servicio cristiano es su unión con el sacrificio de Cristo: “el Hijo del hombre ha venido a… servir y dar su vida en rescate por muchos”. Así adquiere sentido, contenido y valor, porque trasciende la compasión y hace del servir una convicción que da estabilidad y perseverancia al compromiso.
Me acuerdo de Marlene, una joven haitiana que llegó con su hijo de meses en sus brazos a la parroquia en plena pandemia. Esa tarde los voluntarios la atendieron y me tocó despedirla viéndola con una parka, comida para su casa, a su hijo con ropa limpia de invierno y en un coche de cuna nuevo que nos habían regalado el día antes. Una voluntaria le aconsejó que llevara a su hijo a la posta para que lo examinaran. Menos mal que siguió el consejo, porque después supimos que lo dejaron internado más de dos meses.
Hice este recuerdo de Marlene, porque ella necesitaba que ese día con pandemia, estuvieran los voluntarios en la parroquia, que el ropero funcionara, la bodega de comida ordenada, el coche cuna en el inventario. Como ella, los voluntarios se cuidaban, pero igual se exponían al contagio, no tenían doble vacuna, alguno… ni siquiera salvoconducto. De lunes a sábado estaban trabajando y disponibles. ¿Qué hubiera pasado sin nadie que atendiera a Marlene?... ¿si ese día hacía mucho frío?, ¿si tenía otra cosa que hacer?
Servir es un verbo intransitivo, que expresa ser para otro. En cristiano, servir es compadecerse, pero llegando hasta la Cruz: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado” (Hebreos 4, 15).
El amor, el compromiso es confiable cuando encontramos una persona que es fiel, que ha sido probada en todo y que puedes contar siempre con ella.
Marlene volvió meses después a mostrarnos a su hijo ya recuperado. Quería hablar conmigo para preguntarme si podía bautizar a su hijo en la Iglesia Católica. Ella estaba gratamente sorprendida, porque había sido atendida con cariño, a pesar de que no compartía nuestra fe.
El servicio de Cristo llega a su plenitud en la Cruz, cuando se entrega “por todos” en “rescate por muchos”. ¿Por qué no dice en rescate por todos? Porque lamentablemente, a pesar de que Jesús muere por todos, no todos se salvan. Como explica san Agustín, “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (Sermón al pueblo 169, 11).
Marlene vio en el testimonio de esos voluntarios el amor actual de Jesús y la movió para que su hijo fuera parte de esos “muchos”. Por eso vale la pena servir a Dios y no aspirar a otro señorío que el de atender a los demás imitando a Jesús, porque, en la práctica, servir, dar la vida y rescatar, son muchas veces para los bautizados palabras sinónimas.
“Jesús, llamándolos, les dijo: ‘Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos'”.
Marcos 10, 42-44