Los que alcanzamos a vivir la Guerra Fría aprendimos a subsistir con miedo al dedo que alguna vez podía apretar el botón.
Uno hablaba de “el botón” en singular, pero sabiendo que había varios. O al menos dos: uno en poder de EE.UU. y otro en manos de la U.R.S.S. Cualquiera que oprimiera el mentado botón —que uno suponía rojo y redondo— desataría la tercera (y última) Guerra Mundial, donde la especie humana perecería. Algunos amigos almacenaban comida no perecible y agua para tratar de sobrevivir a ese momento.
Pero en 1989 cayó el Muro de Berlín y se decretó el fin de la historia y el triunfo del capitalismo por sobre el socialismo. Con eso, los botones perdieron su razón de ser y desaparecieron las canciones que decían “vivo con el miedo al dedo que alguna vez apretará el botón”.
Como nos hemos dado cuenta, la caída del muro no fue el fin de la historia ni el triunfo del capitalismo por sobre el socialismo. Nuevas teorías políticas, el “posmarxismo”, el “neomarxismo”, emergieron rápidamente y en 30 años parecen haber logrado imponerse.
Hay una nueva “Guerra Fría”, que ahora no es fría ni convencional, sino que se libra de manera cibernética. Es una guerra virtual, que ocurre predominantemente en el campo de batalla de las redes sociales. Y también es una guerra bastante sucia.
Así me explico lo que pasa con nuestra campaña presidencial. Los debates entre candidatos, la interacción entre ellos con los medios de comunicación tradicionales y con las redes sociales se ha vuelto tóxica e inmunda. Mientras más se exponen públicamente, más se ensucian. Como si hubiese múltiples ventiladores del tamaño de molinos de viento lanzando estiércol por doquier, salpicando todo.
Pero ahora no hay uno o dos botones. Son millones. Cada usuario de una red social es administrador de un “botón nuclear”, que puede lanzar armas prohibidas como injurias, calumnias o fake news.
Eso ya ocurrió en nuestra actual carrera presidencial, donde todos los candidatos fueron alcanzados por detonaciones mediáticas.
Ya sé lo que están pensando. Que di toda esta vuelta solo para decir que, como es sabido, los únicos seres que logran sobrevivir a una guerra nuclear (como la campaña presidencial) son las cucarachas, como se comprobó en Hiroshima y Nagasaki. Y que mi tesis será que los candidatos que queden en pie serán los peores, los más rastreros e irrelevantes.
Se equivocan. La ciencia ha descubierto otros organismos capaces de sobrevivir a un bombardeo atómico. Hay varios, pero mi favorita es la bacteria “Conan” (Deinococcus radiodurans). Puede soportar el frío, la acidez, la deshidratación y hasta el vacío. Y es capaz de reparar su ADN dañado.
Nuestro país necesita elegir a alguien que nos gobierne. Eso ocurrirá el 19 de diciembre si hay segunda vuelta. Los candidatos con más aguante, más resiliencia, que logren soportar la lluvia ácida, la ley del hielo y el fuego cruzado y amigo, serán nuestros “Conan”, y elegiremos al que parezca que puede administrar con más decencia y sensatez el país. Por eso “Conan” es mi candidato. Los chilenos miramos la carrera atentamente.