La pregunta es dura y triste, pero un murmullo recorre los pasillos. Desde las primarias, en julio, el dólar ha subido 70 pesos, y en lo que va del año el peso es la moneda que más ha perdido valor dentro de un grupo de 55 monedas relevantes en el mundo, solo superando al peso argentino y la lira turca. Con el cobre históricamente alto, un consumo recuperándose con fuerza y tasas de interés bajas en el mundo, la realidad cambiaria es llamativa. No debe sorprender entonces que aparezcan preguntas incómodas.
En la actualidad, el peso se encuentra en sus niveles más bajos desde que tenemos registros. En relación al dólar, su valor es equivalente en términos reales al de 1986 —saliendo de la crisis del 83—, similar al de comienzos de la década de los 2000 luego de la crisis asiática, y al observado en abril de 2020, a inicios de la pandemia. Respecto de una canasta de monedas, la situación actual se asemeja a la observada entre el plebiscito del 88 y el primer año de Aylwin, cuando el peso mostró su mayor debilidad histórica.
En el pasado, estos hitos —marcados por la incertidumbre política, la inestabilidad financiera o el alto desempleo— dieron paso a un significativo fortalecimiento del peso en los años posteriores. Como consecuencia del crecimiento, el auge de las materias primas, la entrada de capitales y el apetito de los inversionistas por Chile, nuestra moneda tuvo sus máximos históricos en 1997 y 2013.
¿Qué podemos esperar ahora? La experiencia nos sugiere dos escenarios posibles. De volver el crecimiento y el atractivo por invertir en Chile, existe un importante espacio de ganancia para el peso, que de acuerdo con los patrones históricos podría superar el 25%. El debate político y las propuestas programáticas sugieren que este escenario es de baja probabilidad. En cambio, si se perpetúan el bajo crecimiento y un mercado laboral débil —evento de alta probabilidad (subjetiva)—, el tipo de cambio podría fluctuar en torno a sus mínimos actuales.
Pero acercarse a los mil es otra cosa. Para ello se necesita un tercer escenario —de probabilidad incierta, pero alto impacto—, del cual no tenemos recuerdo en el Chile moderno. Un cambio abrupto en las condiciones externas o la profundización de amenazas a la actividad privada podrían acelerar la salida de capitales. Si el porrazo es grande, quién sabe el tamaño de la reacción cambiaria.
Desafortunadamente, como muestran las tensiones en los mercados financieros y el fuerte aumento de los depósitos en dólares, los mercados no parecen descartar esta posibilidad. Los que sí podrían hacerlo son los candidatos presidenciales —especialmente aquellos con opciones de ganar—, quienes deben aquilatar las consecuencias de sus propuestas y actuar en consecuencia.