Existió un país que, de pronto, hizo circular gran cantidad de dinero en su economía. Los efectos, en vez de positivos, fueron devastadores. La inflación y carestía se apoderaron de la población. Los políticos no lograban entender qué pasaba y con sus políticas sumieron al país en la pobreza.
No. No se trata de Chile. Se trata de la España del siglo XVI. Eran tiempos en los que en el mundo no se conocía la causa de la inflación. Hasta que llegó un cura, Martín de Azpilcueta, que relacionó lo que hoy nos parecía obvio: la cantidad de dinero circulante influye en los precios.
Pero 500 años parecen haber pasado en vano.
Hoy en Chile ha vuelto la inflación y la mayoría de sus políticos —irresponsablemente— siguen echándole bencina a la hoguera.
Si uno revisa la historia, la inflación fue “el” tema permanente de la discusión política desde siempre. Una de las cosas que más se discutía por todos los sectores, pero que sin embargo en los vapuleados 30 años nos olvidamos de ella. Es que la estabilidad en los precios, igual que la salud, solo se valora cuando se pierde.
Ayer conocimos la mayor variación del IPC en 13 años. Y esto es solo el comienzo.
Lo dijeron todos los técnicos, pero excusados en el eufemismo de la necesidad, los políticos hicieron un cohecho a gran escala. Dijeron que era ante la falta de ayudas del Gobierno, pero quedó demostrado que esa no era la razón, porque cuando apareció el IFE no logró detener la marea populista. Así, le mandaron un espolonazo al sistema previsional y, como en la España del siglo XVI, la inflación volvió a aparecer.
El socialista Mario Marcel, designado esta semana como el mejor banquero central del mundo, lo gritó a los cuatro vientos, pero lo trataron de estar a cargo de un enclave autoritario.
El “economista” jefe de Jadue, Ramón López, ya lo había señalado: “No entienden que los retiros no son necesariamente inflacionarios”, una declaración parecida a la que tuvo hace algunos años la expresidenta del Banco Central argentino, la kirchnerista Mercedes Marcó del Pont, cuando dijo que no estaba comprobado que emitir dinero produjera inflación.
Tal vez si hubieran leído el viejo libro de Azpilcueta entenderían su error profundo.
Es que como decía uno de los primeros economistas que conocemos, antes de Adam Smith, el dinero es como la grasa del cuerpo. Cuando hay muy poca es señal de enfermedad, cuando hay mucha también lo es. Y en Chile los sellos de advertencia no han impedido el consumo de grasa en exceso.
Ya en el Antiguo Testamento se registra una hiperinflación en tiempos del profeta Eliseo. El rey de Siria sitió a Samaria durante varios años, lo que produjo hambre y escasez de alimentos al punto de que “la cabeza de un asno se vendía por 80 piezas de plata”.
Hace pocas semanas, el Banco Central decidió elevar la tasa de interés en 75 puntos base para evitar el alza de las cabezas de asno. La respuesta fue inmediata. El histórico dirigente del Partido Comunista Juan Andrés Lagos dio la clave: “El Banco Central no tiene idea de economía a escala humana. Su referente son las 7 familias ricachonas”.
Olvida que el Partido Comunista ha destruido la economía de todos los países que ha gobernado.
Olvida que la inflación afecta a los pobres y no a las “familias ricachonas”.
En su próxima reunión de política monetaria el Banco Central volverá a subir las tasas y aparecerán nuevamente los que digan que están sembrando el terror. Propondrán eliminar la UF y fijar precios. Y ante el fracaso de aquella política culparán a los especuladores.
Es que el guion es siempre el mismo, y como aquellas tragedias griegas, el protagonista siempre termina mal. Y en este caso, el protagonista se llama Chile, al menos hasta que la Convención Constitucional diga otra cosa.
La inflación es una muestra más de que la vieja pregunta de Vargas Llosa hoy parece cobrar vigencia: ¿En qué momento se jodió Chile? Aunque más relevante es cómo salimos de esto.
La mala noticia es que estos son procesos largos. Que duran décadas. Así, tal vez en un tiempo más, serán muchos los que añorarán el viejo sistema destruido. Pero probablemente será demasiado tarde…