Cualquier atisbo de esperanza numérica choca con el fixture y el rendimiento. Chile perdió 2-0 en Lima, después de una buena media hora inicial, donde tuvo tres situaciones claras. Cuando Christian Cueva anotó el tanto de la apertura peruano, la Roja se derrumbó y el partido se convirtió en una larga agonía, que nos retrotrajo a las eliminatorias de Corea-Japón 2002. En esa ruta la selección chilena remató última y la segunda rueda, sobre todo después de la derrota frente a Paraguay en Asunción, fue un martirio.
Con ocho partidos por disputar, que incluyen a Argentina en Santiago y Brasil de visita, la escuadra que dirige Martín Lasarte solo se aferra a una epopeya de un cuento de Fontanarrosa. ¿Por qué llegamos a esto? La ausencia de un directorio con liderazgo, solo preocupado de dar golpes de efecto, pero sin sustancia, es la explicación principal. Con aciertos y errores, en una búsqueda permanente de potenciar el núcleo histórico de futbolistas de este ciclo, Reinaldo Rueda formó un cuadro competitivo. El cuarto lugar en la Copa América de 2019 y el inicio de las eliminatorias mostraron un equipo solvente en el fondo, con las mismas precariedades ofensivas que lo dejaron fuera de Rusia 2018, pero con el orden necesario para batallar.
La convulsión del golpe de Estado que sufrió Sebastián Moreno en la ANFP —en una gestión deficiente, pero que al menos sostenía la selección adulta— trajo la administración de Pablo Milad, cuya experiencia en Curicó Unido, más un directorio casi sin peso e historia, generó la hecatombe que atravesamos en todos los ámbitos de la actividad. No había motivos para sacar al colombiano. El exintendente del Maule creía lo contrario: lo consideraba caro y ante todo, una herencia de las dos administraciones anteriores.
La Copa América y el incidente del peluquero en la concentración de Cuiabá marcaron un punto de no retorno. Nadie creyó la visita del fígaro y los mensajes de un cuerpo técnico superado y abatido por la falta de disciplina de un grupo que se tornó inmanejable, en la medida que ganaron cifras siderales, fama y ofrecieron éxitos deportivos sobresalientes, se apreció desde la derrota ante Paraguay en el torneo disputado en Brasil.
Chile pasó de jugar bien y no convertir a jugar mal, no encontrar respuestas ante la adversidad y extraviar la línea futbolística que lo llevó a una década inolvidable. El desorden de Barranquilla, acrecentado el jueves luego del 1-0 de Cueva, es la consecuencia natural de una seguidilla de yerros en el escritorio y en la cancha. Salvo un milagro, la eliminación de Qatar está consumada. El facilismo es pedir la cabeza de Lasarte, quien asumió el fierro caliente cuando la inoperancia de la mesa de Quilín y el desconocimiento de nuestra realidad del director de selecciones, Francis Cagigao, nos llevaron a pegar palos de ciegos. El uruguayo tiene que concluir este camino con los futbolistas dispuestos a enfrentar esta etapa con la mayor seriedad y dignidad.
El próximo año vienen elecciones y es hora de terminar con los experimentos. Se requiere gente de fútbol, con espalda económica suficiente para enfrentar a millonarios veinteañeros, representantes de jugadores y un escenario interno desgarrado.