El mundo entero es hoy una caja de Pandora. Y todos estamos dentro de ella.
Como ya lo sabemos, el mito griego de la caja de Pandora habla de muchos monstruos y maldiciones guardados en una caja que la curiosidad de alguien hizo salir y abalanzarse como plaga sobre el mundo. Podemos enumerar los nombres de los monstruos y plagas de nuestra caja de Pandora actual: corrupción, narcotráfico, narcopolítica, violencia, avidez de poder, desmesura. Enumerarlos es para desesperar, para sentir que todo “fue y será una porquería”: la tentación de retirarse de ese mundo es grande, ¿pero quedará algún lugar virgen en el mundo? Las Islas Vírgenes ya sabemos que no lo son y quedan cada vez menos lugares y líderes vírgenes: hemos ido perdiendo la inocencia aceleradamente. Una de las peores pestes guardadas en la caja de Pandora es la sospecha. Y la sospecha desbocada puede devastarlo todo.
No es fácil vivir en el mundo cuando la caja de Pandora ha sido abierta. “El demasiado saber da dolor”, dice el Eclesiastés. Habrá que exigir Transparencia, pero ¿existe la Transparencia total, es posible? ¿Y, finalmente, cuál es la Verdad? ¿Tenemos acaso los ciudadanos acceso a una pequeña parcela de esta o solo somos títeres de manipulaciones de un lado u otro? Todavía no nos recuperamos del shock de conocer —en el caso de los Pandora Papers— los nombres de figuras públicas de todo el mundo (incluido el del Presidente de Chile), implicados en supuestos delitos denunciados por investigaciones periodísticas, cuando aparecen otros periodistas que afirman que toda esta operación de denuncia sería una campaña mediática financiada en las sombras por un conocido multimillonario para manipular el mercado con acusaciones falsas y favorecer sus propios intereses y objetivos, y —de paso— dañar a ciertas figuras políticas y no a otras. ¿Pero quién dice la verdad y quién miente? Qué fácil es hoy comprar cualquier teoría del complot. Y qué difícil es entender este mundo global en que verdaderas guerras turbias entre millonarios de izquierda y derecha parecen decidir nuestros destinos. ¿Cómo no ser manipulados, cómo informarnos y emitir juicios fiables en un mundo donde la verdadera batalla final por el control y el poder se juega en otra parte, donde los ciudadanos comunes no tenemos cómo influir? Como nunca, debemos ser críticos y cautelosos con toda la información que recibimos a diario. ¿No es desgastante vivir en un mundo de mentiras travestidas de verdades, en un baile de máscaras donde también los lobos se disfrazan de ovejas?
¿Cómo sostener la Esperanza en un mundo así? De eso se trata el mito de la caja de Pandora. La última “presencia” de esta caja, de donde han salido todos los males, resulta ser un hada llamada Esperanza. En una hermosa versión del viejo mito griego narrada por Nathaniel Hawthorne (el escritor amigo de Herman Melville), los niños, después de que uno de ellos abriera la caja por curiosidad, se aterran al ver los males desatados sobre la tierra y le preguntan a esta última criatura que queda en la caja después de la fuga de los “demonios”, quién es. Y ella contesta: “¡Me llamarán Esperanza! Y por ser alguien tan alegre me empacaron en la caja para que compensara a la raza humana por este enjambre de males que estaban destinados a estar sueltos en medio de ella. ¡No teman! ¡A pesar de todo, nos las arreglaremos bastante bien! Me quedaré todo el tiempo que me necesiten. De cuando en cuando vendrán tiempos y estaciones en que pensarán que me he esfumado completamente. Pero una y otra vez verán el destello de mis alas en los techos de las cabañas donde viven”. ¿Este, nuestro tiempo, no es uno de esos tiempos en que la Esperanza se ha esfumado completamente? Por eso, entre sospechas, mentiras o verdades a medias, en un mar informativo infestado de sirenas, nuestra tarea —la de los que no estamos en las turbias luchas de poder— es buscar hasta encontrar esas alas de la Esperanza, estén donde estén.