Ha corrido demasiada agua bajo el puente como para pensar que todo en la saga Bond es mero asunto de masculinidad. El concepto habrá sido glorificado, mancillado, reinventado o recauchado a lo largo de sesenta años y veinticinco películas, pero nunca, ni siquiera en sus inicios, fue la única coordenada para definir a un arquetipo que se las ha arreglado para resistir a cuanto cambio y transformación se le haya puesto por delante, sin llegar a convertirse jamás en artículo nostálgico: veterana de la Guerra Fría, la era atómica y la revolución feminista, esta criatura —que en sus orígenes no era otra cosa que una versión actualizada del soldado de fortuna, el mercenario a las órdenes del Imperio— hoy navega con sus alas desplegadas a través de días de corrección política y cancelaciones varias, sin mostrar mayores signos de desgaste y superando largamente los designios previstos por su creador, el novelista Ian Fleming, y de paso, también su condición de ícono de la moda para hombres, su imagen de paladín neoconservador y sin olvidar la persistente sensación de que, más que una aventura artística, James Bond es básicamente una empresa. Un negocio viento en popa.
Al respecto, la única incógnita que EON Productions (compañía que maneja la marca registrada) tiene por delante parece ser la elección del reemplazante de Daniel Craig, cuyo período a cargo del personaje llega a su fin con “No Time to Die”, su quinta película en 16 años. Una cinta menos que Connery, dos menos que Moore, una más que Brosnan. Nadie había durado tanto en el puesto. El actor partió rodando “Casino Royale” (2006) cuando se filmaba con película de 35 mm y las salas de cine todavía reinaban en el mercado; hoy se despide tras año y medio de pandemia y con las compañías de streaming desplazando a los estudios cinematográficos como nuevo estándar de la industria audiovisual. La distancia recorrida parece sideral, no solo en términos industriales, sino también personales. De hecho, hay algo en la persistencia de los actores que asumen el rol, y el desgaste que impone sobre sus rostros y físicos, que podría asociarse a la longevidad de los políticos y a su capacidad de sobrevivir toda clase de embates sin dejar de estar a tono con los tiempos. No pretendo sobreabundar en el punto, pero es interesante que Angela Merkel —que llegó al poder casi al mismo tiempo que Craig era confirmado en el papel, a fines de 2005— esté dejando la Cancillería alemana justo cuando “No Time to Die” llega a salas. Curiosa sincronía, la de estos dos supervivientes de los 2000.
En cuanto a la cinta, esta es harto menos interesante por sí misma que en su condición de cierre de ciclo, y fin de la aventura: hasta antes de “Casino Royale”, cada episodio de la serie se manejaba esencialmente en términos autoconclusivos, con el agente del MI6 convertido en una suerte de maestro de ceremonias que desplegaba su circo de intérpretes, acrobacias, conquistas y juguetes ante el espectador, ofreciendo al final de cada función un confortante mensaje, “James Bond will return”. Y cada tantos años, Bond regresaba y el show recomenzaba sin falta.
Desde que Craig tomó la posta, el enfoque cambió. Los personajes y las anécdotas ya no solo se repetían de filme en filme, sino que adquirieron efectiva continuidad temporal. Insólito: en un mundo acostumbrado a las secuelas, Bond por una vez renunciaba a operar por la libre (como de costumbre) y se plegaba a los hábitos de la manada. El acomodo, por cierto, no fue sencillo —“Quantum of Solace” (2008) y “Spectre” (2015) fueron entregas para olvidar—, pero generó un feliz resultado con la fascinante “Skyfall” (2012), un cúmulo tal de caídas libres, disparos ante el espejo, severo juicio del propio legado y reconocimiento de la propia obsolescencia, que vuelve a “No Time To Die” casi redundante.
En una franquicia tan larga como esta, no es la primera vez que ocurre algo así: allá por 1969, “Al servicio secreto de su majestad” (la única entrega protagonizada por George Lazenby) destiló una combinación de sentimiento, brutalidad y pathos que ningún filme de Connery o de Moore consiguieron jamás. No es casual que algo del espíritu de ese clásico —porque lo es— haya sido inyectado por las buenas y por las malas en esta despedida. Ameritaba.
NO TIME TO DIE
Dirección de Cary Joji Fukunaga.
Con Daniel Craig y Jeffrey Wright.
Reino Unido, 2021, 165 minutos.
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