Por razones que sería impropio precisar y aburrido detallar he pasado mucho tiempo —durante cinco años— en los departamentos de imagenología de distintos centros hospitalarios o en laboratorios especializados. Hablo desde esa experiencia, ciertamente diminuta y sesgada.
Desde muy temprano la medicina ha estado asociada a imágenes que buscan representar al cuerpo humano, sobre todo su interior, lo cual es típico de nuestra curiosidad ante los objetos cerrados y también de la utilidad que esos conocimientos significan para la curación de enfermedades. Los grabados o dibujos antiguos dan cuenta, además, de la cercanía de la anatomía y medicina en esas épocas con las artes visuales, especialmente con el dibujo y la pintura. Algunos de ellos son curiosos, bellos y perturbadores. Con el tiempo, tecnologías de vanguardia permiten traspasar la opacidad material del cuerpo y, sin abrirlo, ver y registrar su interior. Son un gran avance y se utilizan en muchas áreas, sobre todo en la fase de diagnóstico.
Me recuerdo como los pacientes de “La montaña mágica” ya en esa época se mostraban y comentaban civilizadamente las planchas radiográficas en las que figuraban sus pulmones enfermos.
Hoy serían imposibles escenas tales, porque las nuevas imágenes proporcionan cantidades gigantescas de información comparadas con las de aquellos tiempos, pero, a su vez, se han tornado abstractas, esquemáticas, ininteligibles para una mirada no entrenada y requieren programas y una pericia muy especial para interpretarlas. No obstante ello, la medicina se ha plagado de “ecos”, “resonancias”, “escáneres” y otros miles de artilugios para conocer, medir y explorar nuestro cuerpo interior. Es incontenible.
He pasado horas frente a médicos que tipean algunos resultados expuestos en “el informe” mientras uno les habla inútilmente. Una parte inmensa de los médicos renuncian a interpretar ellos mismos las nuevas imágenes e, incluso, los profesionales jóvenes —en cuya enseñanza uno esperaría un mayor énfasis en el estudio de este rubro— se confían a pie juntillas en el informe redactado por un intermediario desconocido —que nadie sujeta a una segunda lectura— y ni siquiera revisan las imágenes. Es una situación análoga a la que pasaría si los lectores en vez de leer por sí mismos los libros —porque súbitamente se hubiesen tornado muy herméticos—, se guiaran absolutamente por la crítica y su juicio se ajustara sin mayor averiguación personal a lo que el crítico declara.
Me preocupa esta “imagenealización” médica que agudiza la especialización y acrecienta la distancia entre el médico y el cuerpo del paciente, que solo desde la cercanía puede ser visto en su integridad. Hay doctores, así, que apuran, incluso, eliminan, el examen clínico acucioso. Trato siempre, como lector, de nunca hacer eso con un libro del cual quiero celebrar su salud.