A los diez minutos Colo Colo ya había resuelto el clásico. Gustavo Quinteros sorprendió adelantando y centralizando a Gabriel Costa, la U jamás pudo resolver la superioridad de ataque alba y cuando quiso darse cuenta ya era demasiado tarde. Recién tras el descanso, cuando Esteban Valencia corrigió el pizarrón, el partido se hizo más parejo, pero la expulsión de Mario Sandoval volvió a sepultar la reacción de los azules.
Fue una jornada tranquila para el líder, que consolida su momento dulce y hace aún más amplia la brecha de un duelo que está irremediablemente marcado por los desequilibrios estadísticos. Ya es innegable una paternidad que se extiende y que resulta tan habitual como dolorosa para los hinchas universitarios. En las tribunas estaban los emblemas del Ballet Azul, precisamente quienes le otorgaron la condición de clásico a este enfrentamiento, y que deben haber sufrido con la apabullante diferencia que se marcó en Rancagua.
La derrota es aún más dolorosa porque llega en un momento de definiciones para la U. Luis Roggiero lo debe haber visto por TV en la certeza de que este equipo necesita cambios estructurales profundos. Más allá de los errores tácticos que pudo cometer Valencia o de las muchas fallas individuales que fueron evidentes en el enfrentamiento, hay una tarea urgente, que es definir las prioridades para el futuro inmediato.
Eso ya lo tiene resuelto Colo Colo de la mano de Gustavo Quinteros, el artífice exclusivo del gran momento del club, al que salvó del descenso y ordenó al punto de discutirle la hegemonía a Universidad Católica. Con un elemento extra: ya no solo ordenó las líneas, sino que agregó una cuota de audacia táctica que hace rato no se veía en el torneo. A diferencia de su clásico y derrotado rival, el panorama está más claro: hay que generar los recursos para mantener y potenciar el actual plantel, porque las definiciones parecen claras y el recambio asoma potente.
Este domingo en Rancagua, de manera prístina y contundente, quedó en evidencia la brecha que los separa. Algo que ya es más que un trauma, una cosa mental o una maldición, como han querido definirlo.