“Dune” (1984), tercer largometraje de David Lynch, solía ser considerado el peor trabajo de su carrera. Vistas sus últimas piezas —“Inland Empire” (2006) y la nueva versión de la serie “Twin Peaks” (2017)— ya no es tan evidente. Cuesta creer que el mismo cineasta, trabajando con el mismo productor —Dino de Laurentis—, lograra dos años después mostrar “Terciopelo azul” (1986), que no es solo lo mejor de Lynch, sino una de las mejores cintas de los años 80. Se ha hablado mucho de todo lo que falló entonces. La novela de Frank Herbert, publicada en 1965, no solo es famosamente compleja, sino que sus más de 900 páginas no se prestan fácilmente para ser adaptadas. Con todo, ya a comienzos de los 70 recibió un primer intento, encargado al chileno Alejandro Jodorowsky, que después de tres años de preparación nunca recibió luz verde dado el incremento constante del presupuesto. Un documental de 2013 cuenta esta aventura. Ridley Scott también avanzó en una adaptación, pero lo dejó, y de Laurentis, en 1981, convocó a Lynch que, con apenas 35 años, se arrojó a escribir la adaptación. La cinta le tomó cuatro años de trabajo, costó 45 millones de dólares, cifra monumental para la época, y demoró casi un año y medio solo en locación, ya que necesitó cerca de 80 sets y un equipo que David Foster Wallace alguna vez describió como “del tamaño de una pequeña nación del Caribe”. El corte inicial duraba cuatro horas, que Lynch prometió dejar en tres, pero entonces vinieron los conflictos con de Laurentis y Lynch; sin derecho al corte final, perdió el control último.
Vista hoy, “Dune” es una cinta de ciencia ficción colosal, muy mal narrada, abundante en actores icónicos haciendo papeles irrelevantes, llena de vacíos narrativos —que bien pueden atribuirse a la intensa edición—, con algunos recursos cinematográficos que brillan por su candidez y torpeza, como una larga introducción de Virginia Madsen mirando a la cámara o el uso de voces en off que revelan el pensamiento de los personajes mientras son apuntados por la cámara, como en una teleserie venezolana barata. Encima de eso, Kyle MacLachlan, que debuta en el cine con esta cinta, funciona poco como el príncipe Paul Atreides, héroe llamado a convertirse en el mesías, el elegido para salvar al pueblo de Fremen, habitantes doblegados del planeta de Arrakis.
Dicho eso, la cinta exuda a Lynch. No solo por MacLachlan, que luego será su actor icónico, sino por el padre que muere para que el hijo pueda hacerse adulto, por la abundancia de mujeres brujas, por la presencia constante de sueños o de realidades que parecen sueños, por el uso de sonidos como ruido blanco, de fondo, que busca crear atmósferas opresivas. A la vez, Lynch se revela reaccionario, al hacer del malvado barón Harkonnen (Kenneth McMillan) no solo un gordo seboso y psicopático, sino que también un gay de costumbres horribles. De hecho, buena parte de los malos son o parecen gays. No en vano, el crítico Robin Wood describió a “Dune” como “el film más obscenamente homofóbico” que le había tocado ver. En sintonía, o contradicción con esto, la cinta abunda en armas o seres fálicos, que representan amenazas de todo orden. En corto, en pleno boom de “Star Wars”, Lynch se las arregló para hacer una cinta de aventuras espaciales que tiene poco de matiné y mucho de pesadilla. Hay un mérito extraño en eso.
Una observación final: Netflix subió “Dune” recientemente a su parrilla quizá como una forma de “calentar” el estreno de una nueva adaptación de la novela de Herbert, esta vez a manos del prestigiado Denis Villeneuve, que ya hizo en 2017 un remake de “Blade Runner” (1982), muy alabado en su momento, no demasiado interesante a las finales. Así, la industria vuelve a darle una oportunidad a “Dune”, luego del fracaso —en recaudación y en crítica— que significó el intento de Lynch. El hecho releva la fascinación de la cultura con las historias de mesías, de elegidos, de héroes llamados a salvar a su comunidad. Como en “Matrix”, “Star Wars”, “Harry Potter”, “Kung Fu Panda” o “Children of men”, estas historias salen una y otra a vez a la superficie, y hablan de una religiosidad, por cierto precristiana, que se niega a abandonar al hombre.
Dune
Dirigida por David Lynch.
Con Kyle MacLachlan, Dean Stockwell y Sean Young.
Estados Unidos y México, 1984, 137 minutos.
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