No se puede dudar de que los chilenos somos especiales. Tenemos a un candidato presidencial que vive en Estados Unidos, que inscribió su candidatura a través de un tercero y que mantiene una millonaria deuda en el país. Tenemos a un club, que es uno de los más poderosos del país en hinchada y en historia, que no tiene dueño conocido y que se maneja desde las sombras. Tenemos a otro candidato a la presidencia que ignoraba absolutamente lo que hacía su jefe de campaña y que fue condenado por delitos tributarios (el jefe de campaña, obvio). Tenemos a un jefe de selecciones chilenas que tiene planes que no conocemos y al que se le acusa de errático y sin dirección. Sólo sabemosque está esperando “que cante la gorda”, en lo que será su opera prima.
En los años sesenta se empezaba a escribir sobre el error de vivir pensando en los campeonatos internacionales en lugar de dedicarse al desarrollo del fútbol y del futbolista. Y no hemos dejado de escribir sobre eso. Siempre estamos supeditados a lo que suceda en el próximo mundial o en la próxima Copa América o en el duelo que sea. Necesitamos al entrenador ideal para ese desafío, a los jugadores ideales. Vivimos en eso, estacionados en el campeonato que viene. Y después… todo de nuevo.
¿Hemos tenido planes? Claro que sí.
El primero fue el de Fernando Riera (imposible no citarlo cuando se habla de desarrollo), ejecutado entre 1957 y 1962. Tal vez el más completo que hayamos conocido, pues partió desde la reeducación del futbolista para terminar en la adaptación del plantel seleccionado a los sistemas y tácticas de avanzada del fútbol mundial. Es en ese largo proceso donde se produce la maduración profesional de nuestros jugadores, un paso gigante en el progreso (que aún está en proceso, pero ya bastante avanzado).
Creo que Luis Álamos también fue un jinete del progreso, expresado más que nada en el manejo de grupos, como lo expresó con los planteles del Ballet Azul y luego en la explosión del Colo Colo 72-73. Creo que su tartamudez coartó sus posibilidades de darle un marco más permanente y académico a su saber, aún siendo profesor. Lo mejor de su expresión está en las entrevistas periodísticas que dio y que fueron muchas.
Arturo Salah, adherente a la Dirección Técnica Nacional, planteó los planes como la gran política de desarrollo. Caupolicán Peña, prematuramente retirado, fue otro pionero y agudo observador. En el mismo plano se ubicó Washington Urrutia, más tarde un valioso colaborador desde la academia.
He tenido conversaciones con más técnicos valiosos al respecto, pero sus ideas no han cuajado. Si ni siquiera las de Riera se mantuvieron en el tiempo. ¿Por qué? Porque para ejecutar esos planes hay que trabajar duro, contra la incomprensión del medio y sin resultados garantizados en el próximo campeonato internacional. Y eso de trabajar duro no es algo que convenza fácilmente a los chilenos. ¿Por qué? Porque somos muy especiales.