El éxito relativo del fútbol chileno —y eso es algo que no solo piensan los hinchas, sino que también los que toman las decisiones y muchos de los que las comentan en los medios— tiene que ver con la clasificación de la selección nacional a los mundiales. En todas las categorías. O sea, la ecuación es simple a más no poder: si se llega a esa cita quiere decir que las cosas se están haciendo bien. Si no, todo es un desastre y, como decía el dirigente Juan Goñi en los años 60 tras el Mundial de Chile, hay que rociar el fútbol chileno con bencina y prender un fósforo.
En resumen, más que trabajo sostenido, lo que se impone para hacer balances es si Chile llega a jugar un Mundial.
Por eso estamos como estamos.
No, que no se entienda mal. No es que no sea importante ir a un Mundial. Pero clasificar a uno no debería ser una prioridad ni tampoco una necesidad absoluta. Ni menos la vara para medir la calidad de un trabajo. En rigor, llegar a la competición de alto nivel tendría que ser la consecuencia de una labor bien hecha y no solo —como ha pasado la mayoría de las veces— el resultado del esfuerzo de una generación surgida de manera espontánea y casi accidental.
Por eso, el foco del debate hoy en torno a la batalla que está dando la selección por llegar a Qatar 2022 no debería ser cuántos puntos se requieren y qué equipos deben perder para que Chile se clasifique. Y tampoco si la llamada generación dorada tendrá la opción de despedirse en una cita de este nivel. No. Lo que deberíamos conversar hoy es si se están generando condiciones para que próximamente Chile tenga las armas futbolísticas para ir a pelear la clasificación por sus méritos y no sacando cuentas ignominiosas.
En tal sentido, es bueno que se haya abierto el debate en los últimos días en torno a la labor del director deportivo de las selecciones nacionales, Francis Cagigao. Porque lo que hoy debe preocuparnos en serio es si la persona que detenta hoy un cargo clave tiene no solo un plan, sino que el diseño de una estructura que sea la que sienta bases sólidas de desarrollo de las selecciones.
Y eso no lo sabemos, porque el debate ha estado solo en si Reinaldo Rueda era capaz de hacer jugar a la generación dorada o si Martín Lasarte será alguna vez más arriesgado y menos conservador. Porque lo importante es llegar al Mundial, sea como sea… y aunque solo sea para marcar presencia (competir ya es otro cuento…).
No. Parece que ya es hora de terminar con estas minucias y centrarnos en lo importante.
Empecemos por escuchar o leer lo que Cagigao tiene en mente para los próximos años en materia de trabajo. Exijamos, como simples interesados en el tema, que el director deportivo de selecciones nacionales haga un seminario, una charla amplia o al menos mande un power point explicativo señalando lo que ha hecho en estos meses en materia de estudio del trabajo del fútbol chileno a todo nivel, las conclusiones novedosas que ha logrado sacar y, por cierto, el plan que ha elaborado para hacer una revolución total que involucre la permanente capacidad competitiva del fútbol chileno para aspirar, cada cuatro años, a ir a un Mundial a competir y no solo a hacer número.
Porque de verdad, solo así vale la pena ir a un Mundial. De lo contrario, mejor quedarse en casa.