Estar hospitalizado debe ser lo más cercano al purgatorio en la tierra. No existe al interior de una habitación de hospital moderno conexión con el tiempo astronómico ni con la naturaleza, sino con las surrealistas rutinas de una maestranza hermética, abstracta, artificial; como un navío inmenso en medio de la nada. Uno no sabe si emergerá de las dificultades y la postración, y el resultado tampoco depende de la propia voluntad, sino del sometimiento a un colectivo de personas competentes y diligentes, pero para quienes uno no es más que un cuerpo en tránsito, desnudo y desprovisto de pudor y casi también de identidad; un expediente, un rostro pasajero, una voz inaudible. El hospital moderno es una fábrica de salud y, desde el punto de vista de la arquitectura, un complejísimo sistema espacial, funcional y tecnológico en intensa y permanente actividad donde, si bien el paciente es el objetivo, su dimensión es ínfima en el contexto de ese cosmos.
El hospital es uno de los arquetipos constructivos de la historia, entendidos como aquellos pocos programas y espacios que surgieron de las necesidades fundamentales de la condición humana desde su origen, en todas las culturas, y de cuya combinatoria aparecen las demás hibridaciones hasta el día de hoy. Son arquetipos la morada, el templo, el gimnasio, el teatro, el mercado, la logia, el palacio, el claustro devenido en escuela, lugar de trabajo, hospedería y sanatorio. La tipología del claustro-hospital se mantuvo relativamente inalterada por siglos hasta que los avances científicos de la era industrial produjeron necesarias adaptaciones a las exigencias de una higiene elemental. Sin embargo, mientras en Occidente el hospital había sido apenas un hospicio para paliar los sufrimientos de la enfermedad y la muerte, a medio camino entre la religión y la ciencia, el mundo islámico llevaba siglos experimentando los beneficios de la terapia psicológica como complemento a los cuidados físicos, mediante música, aromas, contacto con el agua y la naturaleza, y con estrictas prácticas higiénicas culturalmente incorporadas en los ritos cotidianos. Algo de ese conocimiento llegó a nuestros días por vía de la Colonia; esos hospitales decimonónicos de los que aún tenemos recuerdo (visité de niño el impresionante hospital San Borja, en la Alameda) mantenían una estructura atávica y a escala humana de pabellones en torno a soleados patios, jardines y huertos que constituían parte integral del proceso de sanación. No más. Fue el Movimiento Moderno, en el último siglo, el que convirtió protocolos científicos y la incorporación de complejos sistemas tecnológicos –“la función arquitectónica”– en el fundamento de la forma construida, ahora compacta e intrincada como una máquina.