Estoy frente al pleno de la Convención Constitucional, bastante raleado, eso sí, y a punto de presentar el informe sobre el idioma español en el reino animal, donde la búsqueda de lo inclusivo es a todo trance.
-Nosotras estamos atrasadas, así que parta nomás -me dice el vicepresidente Jaime Bassa.
La voy a hacer corta. No olvidemos que la presentación es gratuita. Al final, eso sí, espero un engañito.
“El universo de nosotras y nosotros, en el reino animal, rara vez está bien señalizado. La visibilización nítida es muy excepcional, como en el ejemplo clásico de las vacas y los toros.
Está carnero y oveja, pero en ciertos territorios se acepta ovejo, acá no; allá sí.
¿Cabrón será a cabra lo que cabro a cabrona?
Hay nombres que la Academia incorporó, a saber: la rinoceronta sueña con cazadores furtivos; al cigüeño se le queda una patita, la rota; la hipopótama no es obesa mórbida, por favor, es como se la ve: maciza, sanita, entradita en carnes. Hay contraparte: rinoceronte, cigüeña e hipopótamo. En estos casos se logró la equidad idiomática, pero en otros no existe, y deberíamos incorporarla en la medida de lo posible.
Una búha rebelde, desde la rama trizada de un roble, vigila y ulula bajo la luna llena.
A ratona le pongo ratón y a rata ¿le pondré rato?
Con el lechuzo no me meto, porque quiere decir persona poco habilosa y de escaso juicio. Escoba, se decía antes.
El cigarro no debería ser lo mismo que la cigarra, pero el idioma nos complica la existencia. ¿Qué soy cuando canto?
Propongo hormigo, para trabajar y marchar, codo a codo, con la compañera hormiga.
El anacondo y la anaconda cuidan su camada, ¿serán anaconditos o anaconditas? No me quedaré a averiguarlo.
En vez de pantera sedosa y negra, soy también pantero sedoso y negro.
Un avispo me ronda y me amenaza de día, nunca se aburre, en la noche descansa y duerme, en ese preciso momento, yo me avispo.
Una araña o acaso un araño de rincón, trató de picarme. Le fue mal.
Un balleno protege a su cría y de puro contento lanza un chorro de agua que me llega a un ojo. El otro me lo tapé.
Me siguen retumbando palabras inventadas de la clase de chacala, gavilana, gorilo, hieno y venada.
El ornitorrinco es recontra feo. ¿Y la ornitorrinca? Todavía no hay. Debería.
He visto pocas pumas. ¿Y pumos? Hartos.
El cucaracho, el cucaracho, ya se puso a caminar, porque se consiguió, una patita para andar.
¿Por qué no caimanas y piraños?
Hay delfín en España y delfina en Francia, en Chile puras toninas y uno que otro tonino.
Hay sapos y sapas.
Intente decir jirafo, orugo y tortugo. No sea fruncida.
¿Ese abejo es africano?
Pasó un gavioto volando bajo y me asustó a la pingüina.
De mascota tengo una constrictor, no sé si es boa o boo. Me voy a quedar con la duda, porque me apretó demasiado cuando quise averiguarlo.
¿Y qué hago con el cisne, el águila, el buitre y el colibrí?”.
La frialdad del salón, la quietud de los convencionales, también la falta de preguntas, me inquietaron.
-¿Continúo?- pregunté en voz alta.
Llegué a casa bien tarde, más pobre que nunca. Abrí la ventana, miré la noche y me acordé de esa tiburona blanca, que al comienzo de la transición, se quiso meter conmigo. Le fue bien.