Este domingo escuchamos en el evangelio que Jesús va con sus discípulos a Cesarea de Filipo, ciudad ubicada en tierra de abundantes aguas y donde el hijo de Herodes, Felipe, construye la ciudad en honor del emperador César Augusto. Es un lugar rico, atractivo, de palacios, banquetes y fiestas. Es signo de la riqueza y del poder que ofrece el mundo. Precisamente en este lugar, que representa el éxito según los criterios del mundo, Jesús invita a sus discípulos a reflexionar sobre lo que significa seguirlo, pues su propuesta es justamente lo contrario a esto.
La pregunta que les hace a ellos nos la hace también a nosotros hoy: "¿Quién dicen que soy yo?". La gente compara a Jesús con personajes admirables como Juan Bautista o el profeta Elías. No son personajes poderosos, sino personas de una vida recta, digna de admiración. Distinto a la propuesta del rey Felipe, quien encarga ese mundo de poder, riqueza y prestigio, donde se adora al dios dinero, pero que te obliga a funcionar bajo su ley del engaño, el robo y el abuso. Son los ídolos que terminan ocupando tus pensamientos y dominando tus decisiones. Jesús lucha contra estos ídolos falsos que solo terminan deshumanizándonos y esclavizándonos. Seguramente a los discípulos del Señor les pasaba como a nosotros, que admiraban la vida de Jesús, pero envidian la vida y las comodidades del rey Felipe. Frente a esto es válida la pregunta: ¿Vale la pena la propuesta que Jesús nos hace? ¿Qué nos ofrece Jesús? Muchas veces buscamos salud, bienestar, seguridades, milagros... Pero esta no es su oferta.
Entonces Jesús hace esta pregunta a los suyos: ¿Quién dicen ustedes que soy yo? La respuesta de Pedro es teológicamente perfecta: eres el Mesías esperado, el Hijo de Dios. Seguro estaba pensando en un mesianismo que terminaría con el sufrimiento y el sometimiento al imperio romano. Pero Jesús está preguntando otra cosa. Se refiere más bien a la pregunta de los enamorados: quién soy yo para ti, cuánto valgo para ti, cuán atractiva es mi propuesta de humanidad nueva y cuánto estás dispuesto a jugarte por ella. En el fondo les está preguntando si quieren vivir su vida de acuerdo con el ideal del mundo representado en Felipe, o de acuerdo a la propuesta de hombre que él mismo encarna. Qué pregunta más importante: ¡Qué clase de persona quieres ser!
¿Cuánto nos involucramos en esta propuesta? A veces queremos responder dedicando un tiempo a la misa el domingo o haciendo una oración por la noche antes de acostarnos. Son cosas buenas, está bien. Jesús quiere saber si estás dispuesto a unir tu vida con la suya, si estás dispuesto a amar como él amó. Es entonces cuando Jesús comienza a hablar de su muerte y resurrección. Contraria a la propuesta del mundo, que termina en el éxito y el poder, la suya termina en la cruz. Para algunos puede parecer un fracaso. Pero, atentos, la cruz no significa elegir sufrir, sino elegir amar. Por eso la cruz nos muestra lo esencial de la vida cristiana: el don total de la propia vida. Es esta donación total la que lo transforma todo. Por eso viene después la resurrección. Jesús lo dio todo, y nos invita a nosotros a hacer lo mismo. La propuesta del mundo termina en la tumba, mientras la propuesta de Cristo termina en la resurrección, en la vida.
Como sociedad hemos buscado seguridades en el bienestar, en lo material, o en el éxito laboral. Pero es una búsqueda que no nos trae trascendencia. Por eso experimentamos como sociedad una profunda crisis de sentido. Pensamos que la solución está en cambiar las estructuras o refundar las instituciones. Pero solo cuando compartimos lo que somos y tenemos, cuando entendemos que la vida es para donarla por amor a los demás, solo entonces es cuando la vida se abre a esa vida divina que Cristo nos propone, vida que la muerte es incapaz de destruir, vida plena que es con otros y para los otros. Cuál es el ideal de vida que quieres seguir, la de Felipe o la de Jesús...