Incluso para quienes no siguen el fútbol, las jornadas para el olvido no paran. Chile es una sombra de lo que fue. Duele, pero hay que reconocerlo: la aspiración de competir al más alto nivel es más emocional que racional. La generación que brindó décadas de buenos resultados no tiene recambio, el déficit de sentido común es gigantesco y la falta de táctica, monumental. El análisis pausado y serio fue reemplazado por un balbuceo de buenas intenciones, pero mínima seriedad. Y el desorden en la cancha sugiere una profunda ausencia de liderazgo. El equipo no juega a nada.
Partamos por la defensa. Para ser competitivo a nivel mundial, la técnica es fundamental. Jugar ordenado, en equipo, respetando las reglas son elementos centrales para progresar. Por supuesto que de vez en cuando hay que despejar a las tribunas, pero es mucho más importante salir jugando. En eso se fijan, por ejemplo, los auspiciadores que buscan invertir en equipos con futuro. De hecho, esta semana un importante banco extranjero decidió sacar a Chile de su portafolio. Y es que los cantinfleos defensivos son fuertemente penalizados por los mercados. Son demasiados los pelotazos desesperados, señal inequívoca de que algo anda mal.
Lo que ocurre en el mediocampo es también inquietante. Sobra el ímpetu, pero falta la sensatez. Entre los más experimentados, la perspectiva de colgar los botines ha mellado el ánimo por influir y conducir. Entre los novatos, poner un pie en el extranjero o ser entrevistado por un matinal parece ser suficiente para jurarse crack. Tal choque generacional es fuente de nefasta incertidumbre. ¿Novedad? Quizás no. Recordemos que más allá del logro de una generación que nos sacó (¿transitoriamente?) de la mediocridad, Chile históricamente ha estado con suerte en la medianía de la tabla de América Latina. La situación actual, ¿un retorno a esa regularidad?
Y el estado de la delantera confirma el estancamiento. El torneo local no es cantera y entre las nuevas generaciones el hambre de gol escasea. Las jóvenes promesas sueñan con Noruega o Finlandia, pero no saben que antes tendrán que enfrentar bajo crecimiento y mayor inflación. Así, la búsqueda de goleadores ha girado hacia extranjeros con pasaporte nacional. Esa es una apuesta arriesgada. Por ejemplo, Robbie Robinson (estadounidense de madre chilena) aterrizó, entrenó y se mandó a cambiar. Qué ganas de saber lo que vio. ¿Futuro nublado? ¿Mediocridad institucional? Otra opción es esperar a la generación de hijos de colombianos, peruanos o venezolanos que, producto de la reciente inmigración, nacieron en Chile. Pero frente a la actual involución y la posibilidad de jugar por otra selección, ¿optarán por la local?.
Es cierto, matemáticamente aún quedan opciones para clasificar, pero convengamos que el despelote es total. En una de esas lo mejor sea internalizar el derrumbe, ajustar expectativas y luego, desde allí, volver a soñar con competir a nivel mundial.