Frente a un uno, una una; y frente a un nosotros, nosotras.
Desde la especie más insignificante; por tanto, a cada cuncuna, su respectivo cuncuno; a la tarántula, un tarántulo, y a cada rano, una rana.
Esta fue la presentación que me solicitó la Convención Constitucional, potenciar al máximo el idioma español e instalar o crear palabras que expandan la igualdad en el reino animal.
Crear términos novísimos y aún no aceptados por la academia, también recrear otros olvidados, pero que existen, siempre con el mismo propósito: lenguaje inclusivo hasta que duela y a cada zarigüeya su zarigüeyo.
El español, anticipé, es un idioma de laberinto y atajo, por lo tanto complicado. Puse un ejemplo muy al pasar: “Existen los orcos, como a ustedes les consta, y también las orcas, que son fáciles de ver, pero se trata de especies distintas”.
El ejemplo produjo un crujido en el pleno.
—“Nosotras te invitamos a pasar”, me dijo el vicepresidente Jaime Bassa.
También escuché “Mari Mari”, que es la bienvenida en mapuche.
Atiné a responder: “Aho. Venir en son de paz”, y levanté un brazo como señal de amistad. Lo de la pipa, por fortuna, lo había descartado, pero me di cuenta de lo inapropiado del ademán y saludo, producto de mi formación imperialista y extranjerizante. Puaj.
Pedí disculpas por mi educación, que ya es de muchos años, y prometí tener fe en la reeducación. No pude evitar el minuto de confianza y les confesé que de niño me creía Randoph Scott, quien en una película luchaba contra los dakota por los bosques de Minnesota y en la otra eran los navajos por las llanuras de Arizona.
Quise decir que mi educación fueron los programas dobles y no el cine arte europeo, que entiendo comprenden a la perfección. Incluso el cine arte asiático, lo que indica el alto nivel cultural e intelectual de los 155 convencionales, aquí presentes, dije a modo de explicación.
—“Nosotras somos comprensivas”, comentó el vicepresidente y como la ceremonia era cultural y plurinacional, salieron banderas a ondear y un sonido de tambor bajo y rítmico.
Fue un preámbulo breve, pero al instante me vi tendido al fondo de una carreta rumbo a Oregón, por los altos de las montañas diviso una estela de humo, sin duda una señal, y por eso la carreta apura el paso, reboto en el suelo de tablas y astillas, me azoto la cabeza con una sartén, me protege un saco de maíz y regresa el guía y le dice al conductor (que no es mi padre, yo soy huérfano) que el Fuerte Laramie está al llegar y la caravana se salvó. Agito mi manito y me sonríe el bueno de Randy, que hacía de guía y me rescató de nuevo.
Recupero la razón y descubro que no estoy metido en una película antigua, sino que vivo en el presente y me asomo a la gran historia.
Salgo de mi ensueño, regreso a la Convención Constitucional y a mi patria querida y plurinacional. Iba a gritar viva Chile, pero me contuve.
—“Nosotras te escuchamos”, me apura el vicepresidente, es decir, debo iniciar la presentación sobre el idioma español y el reino animal.
Me siento como el viejo Randy el día que se batió a duelo en el pueblo de Convention, justo frente al saloon y al mediodía de un sábado frío, pero con sol.