En 1819, el extravagante conde de Saint Simon publicó una famosa parábola. En ella se hace dos preguntas. La primera es qué pasaría si murieran los 3 mil técnicos más importantes del país. Y la respuesta es categórica: el país sucumbiría. Luego se hace la pregunta sobre qué pasaría si murieran, ya no los 3 mil, sino que los 30 mil políticos más relevantes del país. Y la respuesta es igual de categórica: no pasaría nada.
Más allá de la discutible prescindencia que puede hacer un país de sus políticos, lo que es claro es que estos en Chile, tal como en la parábola, han matado a la tecnocracia. O al menos se han deshecho de ella. Por aguafiestas, por neoliberales, por insensibles. Y al ritmo de los matinales y con Twitter en mano, cada uno se ha embarcado en una aventura más demagógica, más populista y más cortoplacista. Con honrosas excepciones.
El IFE universal, que le cuesta a Chile tres mil millones de dólares, no tiene ninguna justificación. La economía chilena es una de las pocas economías emergentes en el mundo, que ya recuperó su nivel de actividad a la que tenía antes de la crisis del covid. Pero lo que la lleva es la universalización. Es que, junto con la estatua de Baquedano, el Gobierno —obligadamente— debió retirar la focalización. Quien intenta hacerlo es un neoliberal. Y quien es un neoliberal es un negacionista.
Pero sin duda el summum de la demagogia ha sido el cuarto retiro. Tal como lo fue el tercero. Y el segundo. Y el primero. Disfrazado de la necesidad y con el único interés de dinamitar a las AFP, se encontró el mecanismo perfecto. Porque obviamente la gente lo apoya. Esa es, precisamente, la razón porque las cotizaciones son obligatorias en todo el mundo, porque si no, la gente siempre busca privilegiar el consumo presente al futuro. Así, la mayoría de los políticos han cometido la irresponsabilidad de destruir un sistema sin haber creado otro. De nada importa que el 50% de los recursos vayan al quintil más rico, sin impuestos, generando inflación y demoliendo las pensiones futuras.
Todos los técnicos en contra. Todos, salvo los Riesco, que celebran la llegada de los talibanes, o los López, cuya principal contribución ha sido el socavar la candidatura de Jadue. Todo el resto, partiendo por el presidente del Banco Central, han repetido el error de apoyar el cuarto retiro. Pero qué importa. Dale nomás. Dale que va.
La tecnocracia ha muerto y ahora es hora “de celebrar”. La actuación del Parlamento es tan irresponsable como aquellos capitalistas que decían en décadas pasadas que daba lo mismo contaminar, que no iba a pasar nada. Y ahora estamos viendo los efectos. Pero claro. A las Jiles, a los Silber, a los Walker o a los Durán no se les podrá cobrar la cuenta en el futuro. Ya no tendrán domicilio conocido o no estarán vivos para ese momento.
Pero los de corto plazo ya estamos viviendo la resaca de la borrachera. Alza de tasas, alza de inflación, baja en rentabilidad de los fondos previsionales, alza del dólar. Pero ¡vamos por el cuarto, que no pasa nada! O como sofistamente dijo Gabriel Boric, se debe mitigar el retiro para que nada ocurra. Equivalente a decir que se puede tirar una bomba junto a unas cajas de aspirinas para que no duela la cabeza.
Mientras tanto, una andanada de críticas de la izquierda radical al manejo político del Banco Central. Institución que posiblemente está libre de cualquier pecado.
El punto de fondo es que el proceso que vive Chile lo vivió ya Argentina hace muchas décadas. Y pasó así de tener un PIB per cápita similar al de Estados Unidos hace 100 años a tener un tercio de él (además de un 40% de pobreza). Esa ha sido la fiesta de la irresponsabilidad, del proteccionismo, del estatismo. Es lo mismo el que labura, noche y día como un buey, el que vive de las minas, el que mata, el que cura o está fuera de la ley, como decía el argentino Santos Discépolo.
Hace algunos años, la “presidenta K” del Banco Central argentino reclamó que la dejaran de criticar, que no estaba comprobado que emitir billetes generara inflación. Algo de lo que ya se dio cuenta Martín de Azpilcueta en el siglo XVI. Y, claro, la inflación argentina hoy está desatada.
En Chile un candidato presidencial propicia eliminar la UF, tal como Fra-Fra hace 30 años. Es decir, ya hay algunos propiciando cambiar la exitosa derrota a la inflación por eliminar la UF. Después vendrá la solicitud de controlar los precios. Y como ello nunca ha resultado en la historia, culparán a los empresarios de estar especulando. El guion es conocido y el final termina siempre trágicamente.
Para adelantar lo que viene, basta con mirar Argentina. Por eso es que la etiqueta de Chilezuela no es la que corresponde, sino que la de Chilentina, como sugirió alguien. Lamentablemente no en su cultura. Ni en su comida. Tampoco en su fútbol. Hemos decidido matar la tecnocracia para vivir la orgía populista. La orgía peronista. La orgía perpetua.