En los últimos días hemos visto cómo estamos debilitando nuestras instituciones y capital social. A veces por no actuar a tiempo, y otras por oportunismo. Estamos destruyendo un preciado activo que teníamos como país. Si bien este proceso de deterioro es de antigua data, se ha agudizado recientemente.
Con la influencia de Douglass North (Premio Nobel de Economía 1993), la ciencia económica ha vuelto a valorar la importancia de las instituciones para el desarrollo democrático, económico y social. Siempre actuamos en forma intencionada, nuestras acciones están gobernadas por intereses, y estos, moldeados por beneficios relativos, riquezas, restricciones (instituciones) y creencias de cómo el mundo actúa alrededor nuestro. Las instituciones están para alinear los incentivos, para ordenarlos cuando estos son múltiples y de distintas personas. Las instituciones restringen el actuar y no son solo formales, sino también informales.
En términos de instituciones democráticas, llevamos demasiado tiempo desprestigiando los partidos políticos sin impulsar las transformaciones que requieren para aumentar su transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía. Renta más pegar que ayudar. Nos guste o no, los partidos son fundamentales para un buen funcionamiento de la democracia y la estabilidad del sistema social y económico.
Durante las últimas semanas hemos visto que la ausencia de partidos puede tener graves perjuicios para la democracia. Los partidos trascienden a un candidato, por lo tanto, tienen más incentivos para evitar escándalos como el de inscripción de candidaturas con firmas falsas o el de candidatos mintiendo en temas tan delicados como una enfermedad terminal.
La ciencia económica muestra que los mercados distan de ser perfectos, que requieren regulaciones si se busca el bienestar social. Las instituciones en economía también son fundamentales. Estas no son fáciles de construir, pues, al determinar incentivos y límites en el actuar, imponen restricciones en los intereses de algunos en favor de otros. Esto requiere que su actuar sea validado no solo por leyes, sino también por la ciudadanía como un todo. Para una mayor efectividad se requiere construir reputación. Superintendencias, reglas de gasto del gobierno central, Fiscalía Nacional Económica, Banco Central son buenos ejemplos. No han estado exentas de caídas, pero siempre se habían analizado fórmulas para evitar su deterioro.
Algunas autoridades del Ejecutivo, parlamentarios, dirigentes de partidos e incluso académicos han contribuido al desprestigio de las instituciones con opiniones sin fundamentos, movidos por intereses personales de rápido rendimiento. Por ejemplo, las críticas a la Superintendencia de Pensiones por mostrar el efecto de los retiros de las cuentas individuales en las pensiones, o los juicios contra la Comisión para el Mercado Financiero por interpretar una ley contra la visión e intereses propios. Y hace pocos días, las descalificaciones al Banco Central por presentar evidencia y plantear su visión de impacto negativo en los precios de un proyecto de ley. Como muestra: “El Banco Central no tiene idea de economía a escala humana. Su referente son las 7 familias ricachonas (…). Son una lacra” y “lo que están aplicando son políticas pro élite”.
Además, hemos sido testigos de acciones que destruyen un capital social cada vez más escaso. En opinión del sociólogo Robert Putnam, el capital social, la confianza social, facilita, a través de normas informales, el cumplimento de las leyes. Un ejemplo muy económico es que a mayor confianza social, menor evasión de los impuestos. Si creo que el otro actuará bien, por reciprocidad, yo también lo haré. En este sentido, es básico fortalecer la confianza, evitar noticias falsas y descalificaciones generales sin fundamento.
Creo que todos aprendimos, muchas veces con dolor, que las instituciones y la confianza social son fundamentales para proteger a nuestra sociedad, en particular a los grupos más vulnerables, y para hacer funcionar nuestra democracia y economía. Por eso, es clave preocuparnos de su cuidado y fortalecimiento. Quizás hoy, por creerlo obvio, no lo decimos, y como no lo decimos, lo olvidamos. Es imprescindible volver a plantearlo con fuerza.