Las afirmaciones de Katherine Martorell, en cuanto a que se requería “más calle” y menos teoría, dejaron un reguero de controversias que muestran una de las fisuras de la derecha. En principio, la jefa de campaña de Sebastián Sichel solo dejó de manifiesto lo que eran las reglas del juego de una justa electoral. Sin embargo, tocó en lo más íntimo las fibras del sector y su evolución en los últimos tiempos.
Es cierto que en la campaña de gobernadores, alcaldes y convencionales a la derecha le faltó “calle”. En especial, parece que sus candidatos a la Convención compitieron por el voto “duro” en determinados distritos frente a adversarios del mismo sector, pero no fueron a la pelea por votos de otros sectores. Las declaraciones de la Jefa quizá respondían también a un rasgo mental sumamente arraigado en la derecha, la desconfianza y desdén por el mundo de las ideas y debates contemporáneos en cultura. Su hostilidad hacia el mundo intelectual procede de fuentes originarias de la derecha a lo largo de todo el mundo, con algunas excepciones, como EE.UU., por extraño que parezca. Se explica en gran parte porque la izquierda fue “inventada” y sigue siendo reinventada por intelectuales; en cambio, la derecha en primer lugar es una reacción espontánea. En Chile, por el surgimiento de nuevas cohortes de intelectuales de las diversas derechas —como hay diversas izquierdas—, provocaron algo de embarazo en el mundo político del sector.
La derecha ha sido fecunda cuando se alimenta del mundo de la cultura y de fuentes creíbles que racionalicen su posición, aunque no necesariamente sean lo que se llama de derecha. Chile es único en América Latina en haber tenido casi siempre una derecha fuerte, autoconsciente, en su proceso político, claro que con sus falencias y esta es una de ellas. Siempre he considerado que su símbolo máximo fue la elección de 1970 (su posición bajo el régimen de Pinochet, hasta 1983, es harina de otro costal), con una pésima campaña, sin calle, como decía doña Katherine, y sin ideas, al final quedó en el desamparo más absoluto la noche del 4 de septiembre, con su candidato yéndose a dormir sin decir nada a su gente, y su sector mudo por los siguientes cuatro meses, archiderrotado, en parte por sí mismo.
Una derecha que solo pensara en la calle —o marketing político, que es lo mismo— abriría un flanco que siempre ha sido el más débil, ser víctima del reproche capcioso de solo representar la propiedad, la gran propiedad, intereses materiales disfrazados de moral política. No tiene por qué ser así y, sobre todo, la derecha apunta a cómo realmente se han desarrollado muchos países y a la vez alcanzando un tolerable Estado de derecho; ni utopía ni un fantasma, sí un horizonte de deber ser junto a un mejoramiento real. Se demuestra que la sociedad consiste en un entramado en que no solo hay economía. Esta como fundamento va a estar siempre trastabillando si no se atiende al sistema en general: política, sociedad, educación, cultura, igualdad posible. En esta última aprende de la izquierda; esta, si es inteligente y creativa —siempre pongo a Helmut Schmidt como modelo—, sabe emplear y apuntalar muchos medios y metas de la derecha en la búsqueda de la justicia (también posible).
Además, si bien la calle y el debate es el pulmón de la política más que nada en tiempos electorales, el papel de las ideas de derecha en este Chile es ilustrar y entregar lenguaje; sobre todo, explicar este problema a su propia clase política (a veces, pasa lo mismo en la izquierda), en estos temas en su mayoría sumida en la mayor de las indiferencias y sopores, para despertar, no tras un mal sueño, sino, ahora sí, viviendo una pesadilla.