Robbie Robinson llegó de pronto y se fue rápido, y la razón, además de la insistencia del representante, habrían sido las llamadas de su padre, mister Robinson, rogándole, pidiéndole y exigiéndole que regresara a su país natal.
Lo que su papá no logró con su hijo en Estados Unidos, y de cerca, lo habría conseguido gracias al celular y a miles de kilómetros de distancia.
También trascendió que a Robbie, en el hotel de Santiago, se le vio deambular preocupado y ensimismado, como Werther, Romeo o acaso como Martín Rivas, jóvenes sensibles y agobiados ante las presiones del mundo y la realidad. No lo pudo soportar y como optó por devolverse, se le dio un pasaje hacia Miami, donde milita en el Inter Miami, y se cree que todo Estados Unidos respiró aliviado, estaban pendientes, porque se augura que Robbie será un número puesto en la selección de su país.
Hay otras explicaciones, sin duda más terrenas, probablemente verdaderas y por eso camufladas, sobre la ida y vuelta del jugador estadounidense de 22 años.
Con Ben Brereton, el delantero inglés del Blackburn, fue otro el caso.
Este es el sello político de la actual ANFP con la selección, es su marca, la novedad y lo que pretende.
Hasta ahora, rastrear y convocar a jugadores angloparlantes, idealmente delanteros, pero el mundo no está cerrado y todo es posible: un sueco, por su abuelo chileno y exiliado, o un francés, por una madre emprendedora y viajera.
Se le quiere pedir al descubrimiento, a ese joven italiano, ruso o alemán, que decida entre el país donde nació y Chile, y la oferta incluye una tentación, un bonus track, cómo no: integrar la selección nacional del país lejano.
¿Qué pensará un cabro chileno que aspira a llegar a la selección y que no nació ni con bonus ni con track?
Un pelo duro de Iquique, un choro del cerro Ramaditas y ese cabro de Aysén, por ejemplo, que ve en la tele lo del gringo Robinson y lo del gringo Brereton, porque para él, entre paréntesis, los rucios o más o menos rucios, incluso aunque no sean tan rucios, califican de gringos.
¿Y el profesor que hace de veedor y busca talentos nacionales y frutos del país?
Y el resto de la tropa: entrenadores, preparadores y dirigentes de los clubes de barrio de Arica a Magallanes.
Y el viejo crack que aconseja a los que empiezan.
¿Dónde se mira, en qué lugar se depositan las esperanzas y por dónde se parte buscando?
¿Dónde está la fe y la confianza?
¿En el país real o en una dimensión artificial e impostada?
¿Cómo se forma el mejor equipo de la patria?
Uno diría que con los materiales de nuestro mundo y de cara a la realidad. Por ahí parte una selección y aunque no sea la mejor, y le vaya bien o mal, posee un valor original y genuino: es nuestra y es lo que hay.
Al lado de un Marcelo, un Carlos Humberto o un Iván, hay un Gary y un Brandon, también un Dylan y un Jeison, y Braian, Johnny, Kevin y Andy.
Esos son nuestros gringos.