“Por el momento la soledad no me atormentaba tanto, sino que la complicación era cómo sobrevivir ahora que no tenía un trabajo estable. Sabía que en cualquier momento dejaría de trabajar en la notaría. Una vez resuelto aquello tal vez la idea de una relación podía desarrollarse, siempre y cuando no fuese una cárcel de sumas dependencias. ¿Cuando envejezca, acaso no dependeré de alguien? ¿Tendrá una dependencia afectiva? Vivir solo por un tiempo no es algo que tome tan a la ligera, pensó. ¿Eso es lo que me brinda la moto, aunque no quiera admitirlo? Conducir como si escribiera una línea en el camino, delgada y peligrosa. A Leonel le gustaba bajar a comprar el pan recién salido del horno en la panadería que estaba pegada al conjunto de pequeños edificios de la calle Perla. Imaginó a su padre comprando una baguette y medialunas, pues a su padre no había cosa que le llenara más de optimismo que levantarse temprano y tomar un suculento desayuno antes de emprender el día”.
El pasaje anterior proviene de El motociclista, cuarta ficción de Felipe Acuña (1970), que viene precedida por El jazzista (2005), la colección de cuentos Huidas y Habitar, (2018). Acuña es periodista de profesión y, además de haberse tomado la literatura en serio desde temprano escribiendo relatos y textos en prosa, también ejerce como dramaturgo en Valparaíso y Viña del Mar, su ciudad natal: Última parada, fue seleccionada en 2012 en la universidad del puerto; La flor, se estrenó en 2010 en el teatro La Memoria, de Santiago y Aullidos se representó en la sala Aldo Francia de Valparaíso.
El motociclista, de carácter eminentemente autobiográfico, pues su innominado protagonista alude a El jazzista como una narración previa de su cosecha, es, desde todo punto de vista, una crónica muy bien construida, que revela oficio e inusual talento, desenvoltura, desparpajo, naturalidad, desahogo y una elevada dosis de elegancia. El héroe que, como lo dijimos, debe ser el propio Acuña, conduce una motocicleta de un lado a otro de la Ciudad Jardín, mientras va devanando historias, evoca su pasado, contempla la actual decadencia de la urbe causada por la modernidad, repite, cual ritornello, la frase “escribía y pensaba una y otra vez, conduciendo su Keeway de arriba abajo y meditaba sobre libros, películas, series, episodios de su existencia”. El motociclista, pese a ser un título logrado, presenta problemas relacionados con la perspectiva, pues el conductor del vehículo que no es un exhibicionista ruidoso, nunca se pone de acuerdo sobre quien habla y cambia de la primera a la segunda o tercera persona.
Además, la trama, pese a centrarse en una figura, tiene tantos personajes que cuesta recordarlos: Doris, Bruno, Leonel, Frank, Piero, etc., que la intriga se pone un si es no es enredada, con tantos saltos en el tiempo, que a ratos se hace difícil comprender el contexto en el que se mueven los caracteres, de modo que los episodios se tornan incomprensibles. Así, este volumen breve, deviene algo nebuloso. A mayor abundamiento, El motociclista, por más que esté enfocada en una figura principal, se torna en una travesía coral, puesto que contada bajo una perspectiva única, poco a poco es algo duro de seguir: el narrador, pasa, sin transición, de un estilo al otro, intercalando trozos de poemas, canciones, obras consagradas (por ejemplo, La vida instrucciones de uso, de George Perec), así como segmentos de música, que muestran a un autor poco conocido, si bien muy culto y versado que merece ser mucho más leído de lo que es.
El motociclista, se edifica a partir de las reflexiones del ser anónimo, del que ya hemos hablado, quien se desplaza por Viña del Mar, a lo largo de una hora que es el transcurso en el que se liga y se quiebra la estructura témporo-espacial. A lo largo de su viaje por el balneario, el motociclista piensa en lo que está escribiendo, pasado y presente se funden, de modo tal que irrumpen los senderos y los recovecos derivados de su proceso creativo. Las incontables personas que pueblan El motociclista van contando sus existencias, mediante diálogos o inmersiones en sus intimidades.
Quizá el significado último de este singular trabajo resida en la meditación del ya mencionado Bruno, mientras ha residido primero en Madrid y más tarde en Barcelona, siendo un alcohólico consciente de las estupideces que profiere. De esta forma, El motociclista, es, en última instancia, una compleja introspección en torno a la actualidad nacional y su contexto poético y político.