La inflación parece estar de vuelta, generando preocupación. Bienvenida sea. Es que hemos perdido sensibilidad al asunto, y el mejor reflejo de aquello son las propuestas creativas de múltiples reformas al Banco Central. Total, la inflación parece ser una preocupación de tecnócratas y académicos. Nada más lejano a la realidad.
Un repaso por la historia es informativo. Entre 1950 y 1989, la inflación superó el 5% en un 99,4% de los meses. Esto es, en 477 de los 480 meses comprendidos en ese período la inflación anualizada fue superior a 5%. Y en 447 meses, fue superior al 10%. Desde el año 2000, solo un 8% de los meses —casi todos en el bienio 2007-2008— la inflación superó el 5%. ¿Y el 10%? Nunca. Por ello, la proyección de que la inflación rozará el 6% a fin de año levanta legítima inquietud. Con razón, los menores de 45 años se preguntan qué es esto.
Como siempre, hay de todo un poco. La apertura ha generado una fuerte recuperación en el gasto de los hogares, como si comprar fuera una manera de confirmar la vuelta a la normalidad. Este consumo ha sido impulsado por una disponibilidad de recursos extraordinaria, y los apoyos estatales y retiros previsionales han generado una liquidez que, en buena parte, se ha traspasado a consumo. Sumado a importantes cuellos de botella en la logística nacional e internacional, no es muy difícil tener más inflación.
Pero hay un tercer componente menos discutido y más sorprendente. La llamada inflación importada. Para justificar que los IFE y los retiros no tienen que ver con el asunto, algunos analistas argumentan —mientras otros repiten como loro— que parte de la inflación es importada. Como los precios se miden en pesos, esto no es sino reconocer que la inflación externa ha aumentado y que el peso ha perdido valor, no solo respecto del dólar sino de muchas monedas. Esto último también es consecuencia de los IFE excesivos y los retiros. Las malas políticas y el debate irracional explican la dinámica cambiaria, y por tanto la inflación importada.
Históricamente, la actividad y el peso se han movido en direcciones opuestas. Por ejemplo, cuando la demanda se recupera, el peso se fortalece porque invertir en Chile es más atractivo. Esto permite que la presión inflacionaria proveniente del dinamismo económico se compense con una menor inflación importada. Pero este ciclo ha sido diferente. La economía se está recuperando al mismo tiempo que el peso se ha debilitado. Y ambas fuerzas empujan la inflación al alza. Inflación importada, dirán algunos. ¿No será que alimentar un boom de consumo a costa de hipotecar las pensiones y la fortaleza macroeconómica del país son responsables del cocktail?