Era insostenible. No podía ser que la misma generación que fuera protagonista de los acontecimientos que remecieron a Chile en la última parte del siglo 20 siguiera intentando seguir a la cabeza. En la empresa, la academia, el arte, la prensa, la cultura, y particularmente en la política. Tal anomalía por fin está llegando a su fin, como lo ilustra el excelente reportaje del diario La Tercera el pasado sábado.
La extensión de la vida útil de los baby boomers —como se llamó a la generación que nació entre 1946 y 1964— fue un fenómeno mundial. Fruto de la expansión de la natalidad que siguió al fin de la Segunda Guerra, ella encarnó el optimismo desbocado depositado en las posibilidades de la modernidad, sea bajo la forma capitalista o socialista. Alcanzó un alto nivel de escolaridad, y tuvo el privilegio de vivir en una época de paz, prosperidad y experimentación sin precedentes, lo que le permitió prolongar su influjo cultural más allá de lo que le autorizaba su ciclo biológico. Las lágrimas derramadas por los jóvenes del mundo para despedir a Charlie Watts son prueba de ello.
Por efecto de su accidentada historia reciente, en Chile tal fenómeno tuvo una especial intensidad. La generación empresarial que consiguió adaptarse al capitalismo neoliberal y a las reformas de la transición, y que transformó esos cambios en oportunidades para crear nuevas industrias y grupos económicos, mantuvo hasta ahora las riendas del poder. Los núcleos intelectuales que idearon e implantaron la revolución capitalista, de una parte, y los que redefinieron el paradigma de la centroizquierda de la otra, hegemonizaron por décadas la opinión pública. Pero fue en el campo político donde esta rareza alcanzó su cenit: la misma clase dirigente que fuera expulsada del poder por la dictadura tomó sobre sus espaldas la recuperación y gestión de la nueva democracia, trayendo consigo los aprendizajes de la crisis y la derrota.
Todo eso, como decíamos, ha llegado a su fin.
En la empresa, por ejemplo, no solo están las start-ups, todas ellas creadas por jóvenes críticos del capitalismo vigente. El recambio también se observa en los puestos directivos, lo que ha traído consigo miradas mucho más afines al Chile de hoy. El campo académico se ha renovado profundamente, lanzando a la caja de los recuerdos los paradigmas y dilemas del siglo 20. Ha influido decisivamente la llegada masiva de los beneficiados de Becas Chile con posgrados en las mejores universidades del mundo. De hecho, sería imposible imaginar las nuevas tendencias en la academia —y diseminadas hacia la política, la cultura y la economía— sin el influjo de ese programa financiado por el Estado de Chile. Para la renovación de las élites, Becas Chile ha sido lo que fuera el CAE para la masificación de la educación terciaria.
El quiebre más espectacular se da en el campo que mostraba más retraso: la política. La participación electoral de los jóvenes, que venía declinando desde 1988, se ha comenzado a recuperar, volcándose hacia las candidaturas más bisoñas. La edad de la Convención es notablemente menor que la del Congreso, y los principales candidatos presidenciales tienen la edad promedio más baja desde 1989. De hecho, si Sichel fuera el elegido, sería el presidente más joven en 170 años; si fuera Boric, en casi dos siglos.
Por circunstancias particulares, en Chile el recambio generacional tardó más de lo normal, pero finalmente ha llegado con una potencia irresistible. ¿Habrá remezones, errores, excesos? Cómo no, pero ya era hora. Como bien decía Tocqueville, cada generación trae consigo una nueva nación.