Gustavo Poyet sintetizó y, a la vez, absorbió todos los males —reales y falsos— de la temporada que vive Universidad Católica. Fue, en realidad, una especie de “cabeza de turco”.
Pero, en verdad, ¿fue Poyet el único responsable de todo lo que ha padecido el tricampeón del fútbol chileno en estos meses?
Por supuesto que no. Quizás sí fue quien erró más, pero la evaluación de su trabajo debe hacerse tomando en cuenta ciertas situaciones anexas y considerando los matices.
El DT uruguayo, sin duda, debe reconocer su incapacidad de colectivizar su ideario en el plantel. Puede ser —y así lo han dicho algunos jugadores— que su propuesta no fuera difícil de entender ni de asumir, pero es indudable que no logró permearse en varios de los futbolistas a su cargo, lo que finalmente derivó en una opaca transmutación colectiva. No se apreciaba convicción.
No es todo. Poyet, si bien sabía desde el principio que su llegada a la UC era bajo condiciones bien concretas y enmarcadas en principios y métodos suficientemente conocidos, siempre pareció ir a contramano de ellos. Más que eso, navegaba con cierta incomodidad. Como queriendo descubrir la forma de cuadrar el círculo para agradar a sus jefes sin perder su propia identidad.
¿Puede culparse a Poyet, por otro lado, sus constantes cambios tácticos, de puestos y de nombres en sus alineaciones?
Culparlo no, porque él como DT tiene el derecho de mover todas las piezas que sienta deba mover. Esa es su labor. Pero sí se le pueden discutir ciertas decisiones, como cuando sorprendió a todos formando una línea de tres defensores justo cuando debutaba como titular un arquero joven (Bernedo) en la Copa Chile, o cuando insistió en alinear aleros externos improvisados y que, claramente, no sentían la función (Valencia, Buonanotte).
Pero hay muchas otras cosas de las cuales Gustavo Poyet no tiene por qué hacerse cargo. Menos aún en un momento en que se puede hablar de una baja, pero no de una crisis.
Es indudable que la partida de Matías Dituro en medio de la temporada no era fácil de solucionar. Y no porque Sebastián Pérez no haya estado a la altura a la hora de atajar. Lo que hizo dura la partida de Dituro es que la UC perdió una forma de organización estratégica sumamente importante. El portero argentino era el organizador de la salida de la Católica. Una especie de mariscal de campo que, de alguna forma, determinaba el estilo de ataque de su equipo. Su ausencia obligó a buscar, más que un sustituto, una forma, una idea, un concepto nuevo que, obviamente, no logró cristalizarse y que Poyet buscó bajo la vieja (y molesta) premisa del ensayo-error.
Ello, unido sin duda a la baja de varios jugadores y las lesiones de otros, conformó un cuadro difícil de llevar para Poyet, quien, con el correr de las fechas, tuvo además que cubrir las barbaridades de su hijo peleador (PF de la escuadra), soportar el malestar de algunos jugadores en los entrenamientos y, por cierto, tratar de no demostrar su desazón por las críticas de los hinchas y la evaluación drástica (no siempre muy racional) de la prensa y de los colegas DT y exfutbolistas devenidos en comentaristas.
Sí, claro, Gustavo Poyet tiene que asumir sus falencias. Pero no es justo que se lleve toda la carga encima. Algo más falló.