En esta pugna por los partidos y plazos de las clasificatorias del Mundial, en las que participan clubes europeos, federaciones de Sudamérica y también la FIFA, hay pocas cosas más irreflexivas, abusivas y riesgosas que cargar el peso de la solución en los jugadores.
Los que deben arreglarlo son las instituciones, si es que pueden y como puedan, pero traspasarle la decisión a jugadores que no están en la misma condición laboral ni económica, tampoco por edad y experiencia, es una de esas pulsiones que dañan al grupo, es decir, a la selección de Chile, la divide y triza, porque es evidente que las condiciones contractuales, el estado futbolístico, los intereses de cada uno y también los caracteres, no son los mismos.
Todos desean viajar a jugar por la selección, cómo no, y lo hacen orgullosos y esperanzados, pero en estas circunstancias los que deben resolver el caso y desatar el nudo, no son ellos.
El peso de la solución, si es que se encuentra, o del descalabro, si no hay forma, está depositado en los que hacen las reglas, toman acuerdos y controlan el fútbol mundial.
Ellos llevan el peso y de ellos es la responsabilidad, como patrones que ponen fecha y precio, deciden normas y convocan campeonatos. Son los que contratan, porque conocen las leyes y algo más: el espíritu de las leyes. Son los que firman tratos millonarios de comercialización y televisión. Son instituciones antiguas y poderosas, con ojo de lince, habilidad de gato de campo y rugido de león.
Son instituciones de mentalidad y actitudes felinas, de eso no hay duda, que están en la encrucijada y como ellos son lo que son, ya verán cómo lo resuelven, si es que lo logran, pero este no es un asunto de los jugadores y menos cuando el trance de septiembre se reproduce en octubre.
Así que no hay que hacerlo tan fácil.
Lo fácil es andar buscando bravatas y que alguien, cualquier jugador, diga que me da lo mismo, pero lo que es lo mismo, así que voy no más, porque la selección de Chile está primero y el que no lo cree así, bueno, él sabrá lo que hace, y que después no se queje.
Es muy fácil viajar, sin querer y por no pensarlo dos veces, a la época cavernaria, porque el fútbol cuando es de selecciones, representa lo mejor de un país, pero en ocasiones lo peor. Mentir por Chile, herirse por Chile, adulterar pasaportes por Chile y por Chile, compadre, todo vale.
En esa visión de mundo, el jugador chileno de verdad, el corajudo, comprometido y leal, es el que deja todo atrás por venir y se arranca de donde sea, olvida cualquier asunto legal y no le importa nada de nada, pero absolutamente nada, y toma el avión, incluso podría pagarse el pasaje (en clase económica, eso sí), llega y se enrola en la selección.
Hay que tenerlo claro y nada mejor que decirlo de espaldas, pero el jugador que no habla, no decide y no viaja, en cinco palabras se lo digo: no es un chileno de verdad.
Perdón, en seis palabras.
Dejémoslo hasta ahí nomás.