Si nos atenemos a las tradiciones, Colo Colo se ha consagrado campeón de invierno. Ganó la primera rueda con solidez y justicia, lo que parece casi un milagro. Gustavo Quinteros rejuveneció el plantel, dominó el camarín, aquietó a los directivos, valorizó el trabajo de las divisiones menores y logró ganar con buen fútbol. Le falta un check para lograr el listado perfecto: la aprobación de la mesa directiva para las contrataciones que dice necesitar, lo que no será fácil, porque hay desconfianzas que derribar (con los representantes, básicamente) y dineros que conseguir.
Festejó con su público en el Monumental, lo que no es poco. El torneo local logró saltar las vallas sanitarias y hasta ahora muestra más disciplina y conciencia que la que se observa en otros lares, que suelen ser el espejo donde nos miramos. Parece de ensueño para un equipo que casi pierde la categoría en febrero y que tenía la casi totalidad de sus acciones a la venta en abril. Lo que demuestra que las dinámicas en el fútbol pueden ser más rápidas de lo que dicta la lógica.
Vamos a iniciar, sin transiciones, la segunda parte del año futbolístico, que será sometida a grandes tensiones. Marcada por el durísimo tránsito que enfrentará la selección, la temporada será sometida nuevamente a los cambios que permite el reglamento, con la contratación de al menos tres jugadores por club, lo que supone una distorsión de similar grado a la partida de jugadores clave. Es aquí donde pesan la billetera y el olfato de quienes contratan, lo que puede cambiar drásticamente el panorama (recuerden el caso de La Serena el año pasado).
Está claro que los cinco cambios por partido han llegado para quedarse. Les gustan a los entrenadores, porque tienen más alternativas en el juego; a los jugadores, porque se requieren planteles más grandes y hay más posibilidades de jugar y, lo que es más importante, a la FIFA, que no cumplió con su promesa inicial de que sería solo un elemento transitorio producto de la pandemia. Ese factor va a favorecer a las instituciones que tienen planteles más jerarquizados, y será vital cuando se peleen las fechas finales del torneo.
Lo lamentable es que justo cuando parecía que había un buen grupo de jugadores jóvenes para armar una selección sub 20, las autoridades de la Conmebol que empujaron la realización de una Copa América bajo difíciles circunstancias han decidido suspender los sudamericanos de menores, lo que no responde a ninguna lógica, si se han seguido jugando la Libertadores y la Sudamericana. Las motivaciones son meramente económicas, y nuestra Federación desperdició, otra vez, la exquisita chance de manifestarse en contra de la medida.
En el balance de la primera rueda, que admite razones sobradas para el optimismo, hay un ítem catastrófico: los arbitrajes. Nada puede disimular los errores que se cometen al amparo de una jefatura laxa y errática, que no marca pautas ni realiza autocrítica. Tanto en la cancha como en el VAR, sigue siendo una triste realidad, que no amerita —lo digo ahora para que no sirva de argumento— el otro lamentable espectáculo que debemos soportar y que protagonizan las bancas, aunque al lado de Sampaoli parezca un juego de niños.