Para comprender el Evangelio de este domingo, tenemos que volver atrás, cuando Jesús ha dicho “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Juan 6, 53-54). El Señor está consciente de que ha pedido a sus discípulos un gran acto de fe en Él… “en verdad, en verdad os digo”.
La reacción no se deja esperar y un grupo numeroso de ellos responde: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?” (Juan 6, 60). Ante esta crítica directa, Jesús vuelve a afirmar: “Las palabras que os he dicho son espíritu y vida” (Juan 6, 63). La tensión es máxima, Pedro no sabe cómo intervenir, y acontece lo peor: “Muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él” (Juan 6, 66). Los apóstoles y las santas mujeres son testigos del primer cisma.
Nos metemos en la escena del Evangelio y con Pedro tomamos del brazo a uno de los discípulos que se va criticando al Señor (Juan 6, 61). Hombre, ¿cómo te vas?, ¿no crees en Jesús? Ayer escuchamos su predicación y estuvimos juntos en la multiplicación de los panes… ¿Qué más quieres? Anoche nos salvó de la tempestad en el lago y lo vimos acercarse caminando sobre las aguas… ¿Cómo no crees en Él? (cfr. Juan 6, 53-54). Nos acercamos al Señor y le decimos: Jesús se volvieron locos, han visto tus milagros, te han escuchado personalmente y se van… Juan oye decir a Jesús, dolorido: “Con todo, hay algunos de entre ustedes que no creen” (Juan 6, 64). Señor, ¿por qué no haces algo como lo harás dentro de poco con los discípulos de Emaús? Son casos distintos; Cleofás confía en Jesús, el problema es que cree que es solo un profeta. En cambio, estos discípulos no creen en Jesús. La fe es un acto de la libertad, que el Señor respeta.
Quizás alguien podría decir: ¿Cómo que no creen en Jesús? Varios han dejado sus oficios por seguirlo y no les ha salido gratis. Algunos de los que se van dicen creer en Él, pero no en todo lo que ha enseñado: creen que la vida es sagrada, pero en algunos casos los niños sufren mucho si nacen; no comprenden que el matrimonio que Dios ha unido, no lo pueda separar el hombre, o les incomoda por qué Jesús cura a algunos ancianos enfermos, y hace sufrir a sus familiares. Otros coinciden con Judas Iscariote, que consideró que era un despilfarro cuando esa mujer gastó todo su perfume en Jesús; había que dárselo a los pobres.
Ahí entendemos con Pedro que el acto de fe tiene un carácter de totalidad. La fe es una demostración de confianza en la persona, es decir, en todo lo que dice y hace. Ahora comprendemos este cisma y las palabras de Jesús “hay algunos de entre ustedes que no creen” (Juan 6, 64). La fe cristiana no es una “fe de supermercado”, donde cada uno saca lo que le gusta, lo que coincide con su persona o lo políticamente correcto.
La Iglesia no la podemos dividir en ricos o pobres, buenos o malos, cultos o ignorantes. La gran alegría que tenemos los párrocos es ver el templo formando un mosaico. Pero a la luz de este Evangelio, sí podemos decir que se admite una separación: creyentes y no creyentes. La respuesta de Pedro es un ejemplo de fe: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6, 68-69). Es mejor ser sincero e irse, porque quedarse y criticar, es motivo de escándalo para uno y los demás. Los que se van, en cambio, tienen siempre esperanza, porque pueden arrepentirse, creer y volver.
“‘Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen'. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: ‘Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede'. Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él”.
(Juan 6, 64-66)