En distintas profesiones el nepotismo es una falla estructural que en ocasiones se evita o disimula, pero en el fútbol no es necesario y menos en el caso del director técnico que llega con la parentela.
Hijos, especialmente, donde el caso de Poyet senior y Poyet junior no son los primeros, y ya estuvieron los Tocalli, los Gallego y vaya a saber uno cuántos más.
Lo del nepotismo, en realidad, se refiere a cargos públicos, por lo tanto, no hay objeción en la empresa privada, comercio o emprendimientos, primero porque no hay otra, y además, en muchos casos, existen méritos de sobra, por encima de los heredados.
En otros ámbitos, en cambio, es improbable que un ingeniero contratado como gerente general pida a su hijo como gerente administrativo. O un general se hace cargo de un regimiento e instala a su hija, contadora auditora, en el departamento contable. O una arquitecta, en fin, recién llega al Ministerio en un puesto superior y solicita que su retoño, constructor civil, asuma la dirección general de concesiones.
La respuesta en Chile es que lo anterior no corresponde.
Esto quiere decir que existe una llama moral interior que lo impide y por eso una persona sabe cuando algo quema y, por tanto, si corresponde o no corresponde.
Están las normas e impedimentos legales, que siempre se pueden saltar, y por eso lo fundamental es la llama, que en ocasiones se apaga, pero la mecha sigue ahí.
No hay maldad, solo personas con la llama apagada, y por eso es tan apropiado decir que no corresponde, porque es algo que igual se hace. Ocasional y no hay manera de evitarlo, pero está en la condición de las familias.
Además en el fútbol y para ocupar la banca, hay un discurso que lo permite y alienta: nada mejor que trabajar con alguien de su sangre, porque eso implica lealtad fortificada y confianza asegurada.
Es probable, por lo tanto, que el progreso al interior de la profesión, para un hijo de futbolista, en todos los ámbitos, sea más cómodo y fluido: más convocatorias, más elogios desde la tele y más microciclos.
Los cabros, por cierto, no son responsables, y los papás solo cumplen su papel.
Lo que manda es la cultura de la familia del fútbol con eso que los enorgullece: códigos, silencios, complicidad, gremio, ADN y es de los nuestros.
Hay una frase clásica que se enarbola: “Lo que queda en la cancha se queda en la cancha”, que en realidad es la frase de un viejo que aún no entiende que el fútbol fue conquistado por lo audiovisual: imágenes, VAR, micrófonos. Lo que pasa en la cancha hace rato que salió de la cancha. Ya se conoce lo de los pasillos, y lo del camarín, aunque lo cierren con llave, terminará saliendo.
El resumen es que Gustavo Poyet y su hijo Diego funcionan dentro de esa cultura, siguen la costumbre y no hay nada raro en los profesionales de la Universidad Católica.
Lo raro, porque no corresponde, sería que los nombraran Cruzados Caballeros.