Se dice que en política se han visto muertos cargando adobes. Eso quiere decir que en política nunca hay que dar por finado a alguien que murió políticamente.
Morir políticamente puede ser perder de manera humillante una elección, o ser defenestrado de un cargo público por incompetencia, o ser acusado de corrupción, o verse envuelto en un escándalo bochornoso, o ir preso o casi.
Y sí, a uno se le vienen rápido a la mente personajes que pese a calificar en una o más de esas categorías han reaparecido en la escena política así como si nada.
La resurrección política de esta semana fue, desde luego, la de Marco Enríquez-Ominami, ME-O.
Increíblemente, a cinco días del cierre de las inscripciones de candidaturas presidenciales y parlamentarias, el Tribunal Constitucional dictaminó que el Servicio Electoral debe permitirle competir, pese a que tiene un juicio en marcha por un eventual fraude realizado al mismo Servel.
Y con eso ME-O revivió. Y quizás podría mañana inscribirse como candidato a Presidente de la República (si la Convención no elimina la República, claro).
“Marco vive”, aseguran sus incondicionales, con la misma fe de aquellos que pintan en las carreteras que “Cristo vive”.
Pero, en serio, ¿está vivo ME-O?
Temo que no.
Estimo que ME-O falleció y que de sus restos mortales vivieron otros animalitos políticos que se nutrieron de su diagnóstico, sus ideas, su novedad y hasta su juventud. Se lo engulleron y lo dejaron convertido en esqueleto. Y la resurrección, para que valga aquí, debe ser en cuerpo y alma. Sin cuerpo no hay presencia, y el alma de ME-O ya transmigró hacia otros, como Gabriel Boric, sin ir más lejos.
Para ser enteramente justos, ME-O fue quien engendró el “estallido social”: fue el primero que planteó la idea de fondo del eslogan “no son treinta pesos, son treinta años”.
Ya el 2002 realizó su documental “Los héroes están fatigados”, donde cuestionaba con la ambivalencia del “fan-hater” a la Concertación, por su transición tan moderada, dialogante y cómoda. Les reconocía a los líderes DC-PS-PPD-PR haber derrotado a Pinochet, pero para ME-O eso era solo un “desde”, y les reprochaba no avanzar mucho más que eso.
ME-O fue quien trizó la represa con su corrosiva crítica a la Concertación. Y luego fue él quien levantó con más fuerza las consignas que se tomarían la calle después: los abusos, las colusiones, el lucro, el tráfico de influencias, el fin de la Constitución.
El problema es que ME-O envejeció demasiado rápido. Su pelo operó como la metáfora perfecta de su carrera política: se volvió blanco prematuramente, y así ME-O pasó de ser “niño terrible” y “joven promesa” al cruel “déntrese, tatita”.
Es triste, porque ME-O entendió antes que todos que la moda que venía en política era ser independiente, joven, novedoso y simbolizar un cambio hacia la izquierda.
Pero llegó tan temprano que ahora ya es tarde.
“La muerte solo te vence cuando te sumerge en el olvido”, escribió un amigo en el prólogo de un libro-obituario hace años. Es verdad que en política se han visto muertos cargando adobes, pero también hay algunos que yacen sepultados por toneladas de indiferencia. Y de ahí cuesta salir.