La muerte de Alfonso Sepúlveda me produjo una gran pena. Tenía 81 años. “Una vida hecha”, me podrán decir y puede ser así. También murió en estos mismos días Gerd Müller, el gran artillero del Bayern Munich.
Alfonso Sepúlveda apareció en el primer equipo de la U en 1959, que es el año del nacimiento del Ballet Azul, haciendo la “línea media” universitaria con otro de los fundadores, Carlos Contreras, el “Pluto”.
Ya en su estreno, con 19 años, llamó la atención de los medios y la revista Estadio lo destacó como figura en su primera página, resaltando que el joven debutante había jugado todos los partidos del campeonato y destacaba como uno de los mejores jugadores del torneo mostrando lo que serían sus características durante toda su carrera: “sólido y elegante”.
Realmente llamaba la atención por su elegancia. En su puesto, de quite y entrega, quitar lo hacía aparentemente sin esfuerzo y en la entrega era más que distinguido, apoyado en su panorama y en su calidad técnica. Cabeza levantada, caminar elástico, llevó a pensar en que quizás anunciaba a un nuevo jugador chileno, parecido al cadencioso futbolista brasileño. Marcaba “sin esfuerzo, sin que se note casi”.
En 1960 pareció apagado, disminuido respecto a su brillante estreno. Preparándose Chile para un amistoso contra Argentina en un partido contra Naval, “Chepo” se fue al ataque en profundidad, según siempre le aconsejaba Fernando Riera, y le pusieron una “plancha” tremenda. Lesionado, se perdió varios amistosos y aunque fue a la gira a Europa, no estaba al 100%, y Eladio Rojas se ganó el puesto. Estuvo ausente de las canchas dos meses en recuperación clínica y cinco en recuperación psicológica. Afuera de marzo a noviembre.
Pero en 1961 volvió a ser el del comienzo, dueño de sus recursos y de su confianza. En la Selección, pensando en terminar la construcción de la casa que adquirió tempranamente y tal vez en casarse. Serio, se muestra también autocrítico. Nuestros jóvenes futbolistas pueden tomar nota: “Lo hago todo con facilidad, pero no hago todo lo que tengo que hacer”. “Me voy bien arriba, pero me falta terminar la jugada”.
Era un jugador muy liviano: 68 kilos en un metro setenta y ocho. ¿Le jugó eso en contra?
Lo cierto es que su carrera hacia el Mundial del 62 se vio interrumpida en febrero del mismo año que debía ser el de su consagración internacional. Jugando por la U en México, en una gira que se alargó más allá de lo programado, un rival cayó sobre una de sus piernas y le produjo fractura de tibia y peroné. En Monterrey terminó su ruta al Mundial.
Volvió a las canchas a fines de 1963, cuando ya despuntaba Roberto Hodge en la U. Y volvió muy bien. Más tarde fue entrenador este “experto en ganarle a la mala suerte”.
Pero su estilo impecable y la carrera que hizo para llegar al Mundial no la olvidamos. Y su partida apena.