Son normales los improperios y juramentos en el fútbol, aunque una cosa es saberlo y otra escucharlos, porque se siente el peso de los términos sucios, y el autor, ya más tranquilo y en frío, seguro que se avergüenza. O debería.
El cruce de Humberto Suazo, el delantero de La Serena, con Cristián Paulucci, desde la banca de Universidad Católica, está en la categoría de las palabras infames que empuercan al que las pronuncia y un poco al que las escucha.
Es distinto lo que lanzan, de tarde en tarde, las voces de la galería o tribuna, cuando son parientes de la ocurrencia y el chiste iluminado, que no se conectan con el insulto que busca herir y humillar.
Los micrófonos, cuando no había público, dejaban entrar fácilmente las voces de la cancha y las órdenes a voz en cuello de los entrenadores. Alaridos de arqueros, gemidos de golpeados y gritos por acá y por allá, porque en el fútbol se grita mucho.
También es distinto el lamento que se construye con la interjección típica dirigida al punto de nacimiento, que es tan fácil de leer por el movimiento de labios. Abundan y a cada rato. A veces como susurro y como musitando una maldición, por algo que no se cobró o una falta inadvertida.
Los micrófonos dejan escuchar, mientras las imágenes muestran lo que corresponde y lo que no corresponde.
Siempre se puede decir que el fragor del juego perdona y excusa, pero puede que sí y puede que no.
En el fútbol chileno se escupe con frecuencia. Hay estadísticas de muchas materias, pero no de una acción que en público se cataloga como de mala educación. ¿Se podrá educar para que no sea tan habitual? Alguien dirá que no, por un asunto de papilas, sudoración, pérdida de líquido y desgaste físico.
Puede ser, sin embargo, igual se escupe demasiado, como si diera lo mismo y no importara. De hecho, los entrenadores, aunque su desgaste es distinto y otra la sequedad, también lo hacen y con soltura, desparpajo y sin escrúpulos.
Hay otra cosa.
Los jugadores, por supuesto, no pueden ingresar con un pañuelo de lino o papel a la cancha, pero lo de sonarse con los dedos de la mano, algo que también sucede: ¿se puede evitar, o eso tampoco?
Taparse con el índice de la mano un orificio nasal, y tomar aire e impulso, para expulsar por el otro lo que mande su merced.
Las imágenes, que son implacables y fisgonas, encuadran con frecuencia los escupitajos y lo de sonarse a cómo dé lugar.
Alguien dirá que lo del escupo y la mucosidad, en el fútbol, son inevitables y carentes de importancia.
Puede ser, pero también puede ser lo otro: las cosas importan cuando alguien empieza a enseñarlas.