Desde que el mundo conoció de la existencia de una nueva enfermedad respiratoria, que ponía en jaque el sistema de salud de la zona de Wuhan en China, el covid-19 y su evolución han sido determinantes, no solo en su dimensión sanitaria, sino también para el desenvolvimiento económico. Esto último se debe principalmente a los cambios de comportamiento de las personas, voluntarios o forzados por los gobiernos, como respuesta a los efectos reales o posibles del virus.
Durante el año 2020, el mundo experimentó una de las recesiones más profundas que se han conocido, sin embargo, la economía mundial hoy se encuentra en franca recuperación.
A pesar de las noticias, algunas alarmantes, pero anecdóticas, y otras fundadas, de la aparición de una nueva variante de propagación más rápida originada en India, nada indica que este proceso de recuperación de la actividad a nivel mundial se detendrá. Podrá variar su ritmo y afectar más el progreso de las zonas que han avanzado poco en la vacunación y que hasta ahora habían evitado la propagación del SARS-CoV-2.
Pero el avance global se mantendrá. Los distintos países se están adaptando a la presencia de un virus que será endémico en el futuro. Los procesos serán distintos, dependiendo de las capacidades para extender la vacunación y de la idiosincrasia propia de cada cultura para aceptar las vacunas. Por ejemplo, Estados Unidos y el Reino Unido, que originalmente habían tomado la delantera, hoy tienen un porcentaje de población vacunada —entre un 50% y 60%—, similar al de otros países europeos que empezaron el proceso de vacunación más tarde. La razón es que la población de los primeros es más reacia a inmunizarse.
La pregunta relevante no es si la reactivación se producirá, sino cuán sostenible será. Es crítico intentar comprender los efectos de largo plazo producidos por las medidas tomadas como respuesta a la crisis en materias fiscales, monetarias y regulatorias.
Desde ya se puede observar que la recuperación ha sido acompañada de una aceleración de la inflación, siendo ello más notable en algunos países, entre ellos Estados Unidos y Chile.
El país del norte se ha adelantado a Europa en recuperar sus niveles de actividad y probablemente crezca más de un 6% este año, habiéndolo hecho al 6,4% el primer semestre. Recuperó más de 4 millones de empleos a la fecha y la tasa de desempleo a julio alcanzó un 5,4%. Es interesante indicar que existen más de 9 millones de puestos de trabajo disponibles que aún no encuentran un perfil adecuado. Ya se puede decir que la actividad no solo llegó a los niveles previos a la epidemia, sino que está alcanzando el nivel que habría tenido hoy si esta no hubiera existido. Pero el repunte en la actividad no ha sido uniforme. Existen sectores como el turismo y la recreación muy deprimidos, mientras que la demanda de bienes se ha potenciado. Con los apoyos fiscales, el consumo de bienes durables bate récords y los inventarios están en niveles mínimos. Incluso dentro del sector servicios, los financieros no sufrieron gran impacto y los de salud en materias distintas al covid-19 han vuelto a la normalidad.
El hecho de que la inversión mantiene su vigor y que el empleo ha tenido el dinamismo antes descrito es una buena señal para el mediano plazo.
Es aún temprano para apreciar el impacto, en general negativo, para la productividad que tendrá el mayor énfasis regulatorio de la nueva administración demócrata. Pero las consecuencias de un déficit fiscal sin precedentes y una política monetaria excepcionalmente expansiva pueden notarse más rápidamente. La inflación en 12 meses, tanto en junio como en julio, alcanzó a un 5,4%. Por ahora los mercados no parecen pensar que ello será permanente y las tasas de interés se mantienen nominalmente bajas y negativas en términos reales. Ello se explicaría por la creencia de que se trata de un fenómeno transitorio, consecuencia de las disrupciones en la producción generadas por la disminución de la movilidad durante los momentos álgidos de la pandemia.
Ya hay voces nuevas, entre ellas del vicepresidente de la FED, Richard Clarida, que están transitando de una actitud complaciente a una de mayor disposición a que la institución comience a tener una política monetaria menos expansiva. Este quizás es uno de los problemas críticos para Estados Unidos y el mundo en general. Si la inflación se demuestra más persistente y la autoridad retarda su accionar, las tasas de interés pueden cambiar rápidamente, afectando a gobiernos hoy más endeudados e interrumpiendo la expansión económica. Sobre la base de la experiencia histórica y considerando el comportamiento de los políticos, que intentan aprovechar la contingencia para expandir el gasto fiscal con sus proyectos favoritos, se requerirá mucha determinación y sentido de oportunidad para evitar tropiezos que pueden ser muy costosos.
En Chile, las autoridades celebraron recientemente el Imacec de junio. Según ellas, lo reflejado por este indicador, al estar por encima de las expectativas e indicando que la economía había superado el nivel prepandemia por primera vez, constituiría una señal de que el país estaría experimentando más que un mero rebote luego de una abrupta caída.
Efectivamente, corrigiendo por estacionalidad, el indicador de actividad superaría en un 2,2% al de febrero del 2020, antes de la llegada del virus. Dicha cifra es superior —2,8%— si se excluye el comportamiento del sector minero. Pero si miramos con más atención, las cifras no son tan auspiciosas como para asegurar un crecimiento que se proyecte con vigor hacia el futuro. A diferencia de Estados Unidos, el país está aún lejos de volver a su trayectoria prepandemia. A ello habría que agregarle el impacto de la violencia de fines del 2019. La inversión no ha recuperado un nivel compatible con dicha trayectoria. Si bien el empleo aumentó, aún su nivel está en torno a 10%, por debajo de nivel precovid-19.
A su vez, la recuperación está más marcada aún que en Estados Unidos por la expansión fiscal acompañada por los retiros de fondos de las AFP. Casi la totalidad de la explicación de haber vuelto al nivel de febrero reside en la expansión del comercio.
Pocos días después de la sorpresa positiva del Imacec de junio, se conoció que la inflación de julio superó largamente las expectativas, 0,8% en el mes y 4,5% acumulada a 12 meses. Excluyendo los precios volátiles es igualmente elevada, llegando a 0,7%. Más aún, en los meses que vienen, debiera sufrir el impacto del reporte que hará el INE de los precios de servicios que han debido de ser imputados por estar las actividades suspendidas por la pandemia. Las proyecciones para fines del año, que llegan hasta un 4,5%, no están fuera de lo estimado por el Banco Central. Pero las nuevas medidas fiscales recién conocidas —expansión fiscal adicional debido a un IFE que se mantendría hasta noviembre a un costo de 0,7% del PIB mensual— son una señal de alerta para el Banco Central. El camino para el Banco Central chileno es aún más delicado que el de la FED, guardando la debida proporción a las magnitudes involucradas y al posible impacto en la economía mundial.
El país se encuentra inmerso en un proceso electoral que se superpone a la elaboración de la propuesta de una nueva Constitución. Las decisiones del sistema político están fuertemente influenciadas por la realidad electoral. La acción del Congreso se hace cada vez más impredecible. Si bien el rebote económico puede llevar a un crecimiento cercano al techo de la proyección del Banco Central, un 9,5%, el déficit fiscal estructural se empinaba ya a un 9,5% del PIB antes de las nuevas medidas planteadas.
Una posible recuperación de la inversión es dudosa, dada la incertidumbre política y al hecho de que la estructura del mercado de capitales está siendo alterada dramáticamente. Las cuentas de cinco millones de personas en las AFP están en cero luego del tercer retiro, y las tasas de interés de mediano y largo plazo han empezado a reaccionar ante la nueva realidad de un financiamiento que se hace más escaso.
Para un país que lo necesita —ya que ha visto su ingreso per cápita estancarse por casi 10 años—, no es posible ilusionarse con las buenas cifras de actividad. El desafío sigue siendo enorme dado el entorno político. Por otra parte, requerirá mucha decisión y capacidad para no seguir erosionando lo que hasta ahora ha sido un baluarte de la economía chilena, la estabilidad macroeconómica.